lunes, 24 de mayo de 2010

Trotamundos capítulo XVIII

Tlacuillo

Corazón de Niño/Quetz-Al
EHECATEPETL
(Cerro del Viento)
MANUAL DE ESCULTISMO ALTERNATIVO
-FORMACIÓN DE AUTONOMÍA-
TROTAMUNDOS XVIII
Lince Hambriento

SINOPSIS

En el capítulo XVII, los trotamundos, con la valiosa ayuda de Lety, Bruni, Sebas, jóvenes drogadictos en rehabilitación, así como el invaluable apoyo del padre Gregorio y el administrador de la parroquia, consiguen llevar “viento en popa” el comedor comunitario en un anexo del templo de San Hipólito a donde concurrían tanto empleados de última categoría de los comercios vecinos como hasta los mismos indigentes de la zona, pues el precio por comida corrida -10 pesos- resultaba muy accesible tanto para unos como para otros.

Si bien el comedor no se había abierto con fines de lucro, sí permitía a los trotamundos ocupar su tiempo en un trabajo productivo que por lo menos les aseguraba estancia y alimentación de la manera más honesta, sobre todo tratándose de chicos abandonados a la suerte de la calle vulnerables al crimen organizado.

Pero de pronto surgen otros intereses; altas autoridades clericales –católicas, por supuesto- reclaman su “mochada” en “cach” de supuestas, pero inexistentes ganancias lucrativas. Cuando el padre Gregorio demuestra que no es así, su autoridad inmediata lo amenaza con trasladarlo a otra parroquia argumentando además el mal aspecto que el comedor proyecta ante la sociedad decente que acude al templo.

CAPÍTULO XVIII

Fue éste el día más difícil para el padre Gregorio desde que se había hecho cargo de la parroquia. ¿Cómo explicar a los jóvenes drogadictos que acudían a las sesiones de rehabilitación, como Lety, Bruni, Sebas y muchos más, pero sobre todo a los trotamundos, que la continuidad del proyecto de comedor comunitario estaba en peligro de desaparecer?, ¿cómo decírselos así como así sin derrumbar las ilusiones y la fe cristiana que los trotamundos empezaban poco a poco a adquirir?

El único que se había formado más o menos en la religión católica por influencia de su abuela era Porfidio, para los otros cuatro cualquier religión había estado ausente en sus desafortunadas vidas. No obstante, su cortísima relación con el padre Damián de San Agustín Etla, así como su actual relación con el padre Gregorio, empezaba a acercarlos al credo católico teniendo como intermediario el culto a San Judas Tadeo, el cual se veneraba el 28 de cada mes precisamente en San Hipólito. Los trotamundos empezaban a creer en este ya tradicional culto.

El padre Gregorio, con la presencia del administrador, esa tarde reunió a los profesionales que coordinaban el programa de rehabilitación a drogadictos, a sus colaboradores Leticia, Brunilda, Sebastián, así como a los cinco chicos, los trotamundos, encargados del recién abierto comedor comunitario.

-Muchachos… les tengo que comunicar que me ha llegado una orden de la santa arquidiócesis para trasladarme a otra parroquia.
-¿Cómo?, ¿pero por qué?
-Son disposiciones que no se pueden ni se deben cuestionar ni rebatir, su santidad el obispo así lo ha decidido.
-¿Pero por qué, padre?, debe haber alguna razón.
-Son órdenes superiores y como sacerdote debo obedecer

Quienes tomaban la palabra eran los profesionales encargados del programa de rehabilitación, pues tanto los colaboradores (Lety, Bruni y Sebas) como los trotamundos permanecían silenciosos, estupefactos, sin aún entender lo que el padre estaba diciendo.
-Miren muchachos, les suplico que me entiendan, yo llevo aquí más de siete años y en ninguna otra parroquia me he sentido tan satisfecho como en esta por la labor cristiana que con su valiosa ayuda estamos llevando a cabo. Su eminencia, el obispo, seguramente quiere aprovechar mi modesta experiencia para que la ponga en práctica en la parroquia a la que me traslada y seguramente enviará a otro párroco que no sólo podrá continuar nuestra labor, sino que seguramente la va a poder continuar con mejores resultados.
-¿De veras lo cree, padre?
-Seguramente, hijos míos. Les doy mi bendición: “en el nombre del Padre…”

Después de la bendición el padre Gregorio se retiró y todos los asistentes a la junta dentro de las modestas oficinas se quedaron con mil preguntas sin respuesta: ¿y ahora, qué iba a pasar?

El padre Gregorio, como sacerdote –al igual que los militares- estaba obligado, por voto, a obedecer a sus superiores, aún cuando sus órdenes fuesen de lo más irracionales, no le estaba permitido cuestionarlas, lo importante era obedecer sin importar las consecuencias y sin asumir responsabilidades; el poder ante todo, sea como fuere, “haiga sido como haiga sido”. Pero en el fondo de su conciencia ¿estaría conforme? Dejaba tras de sí toda una gran labor humanitaria de siete años de esfuerzo que seguramente no sentía aún concluida. ¿Se iba satisfecho? Si no estaba satisfecho ¿tenía derecho a apelar? Absolutamente no; los militares, los policías y los sacerdotes no tienen derecho a ser autónomos en sus decisiones, están obligados a obedecer aún en contra de sus más elementales principios.

A las mentes de los trotamundos venían muchas preguntas, no sabían cómo ordenarlas y expresarlas, pero sí les causaba mucha angustia; ¿y ahora qué?, ¿qué irá a ser de nosotros? Primero perdemos nuestras familias, luego tenemos que huir de Iztapalapa, después nos encarcelan en Oaxaca, luego nos matan a la abuela Petrona y ahora que nos estaba empezando a ir bien, gracias a San Judas Tadeo, resulta que siempre no. ¿Por qué la vida nos trata así?, ¿pos qué gran pecado cometimos?

Los trotamundos, por fortuna, estaban aprendiendo a ser autónomos como grupo gracias a sus difíciles experiencias en que sabían que la mejor toma de decisiones debía basarse en las decisiones del grupo y no por decisión de una sola persona o de un pequeño grupo dominante. Las decisiones de los trotamundos no eran las decisiones de Galpa (Gerardo), ni de Luca (Mariano) ni las de ambos; las decisiones de los trotamundos, como grupo, eran tomadas por el grupo mismo, es decir, por los cinco muchachos reunidos en Consejo de Patrulla. Nadie podía imponer nada por que sí, toda decisión de grupo debía ser aprobada por el grupo mismo, pues: “uno para todos, todos para uno”, ese era su lema.

El padre Gregorio se despidió precisamente el día 28 del mes de mayo oficiando su última misa en San Hipólito. Asistieron más fieles que de costumbre y después de la bendición, Leticia, Brunilda y Sebastián pidieron a los asistentes, entre quienes se encontraban los trotamundos, cantar las “golondrinas”, lo que el padre Gregorio recibió con emotivas lágrimas despidiéndose de uno por uno.

Al siguiente día llegó el nuevo párroco, el padre Diego, un sesentón barbudo, encanecido, arrogante y déspota; acostumbraba fumar puros de muy buena calidad habanera.

Transcurrieron dos semanas sin que recibiera a nadie, excepto al administrador; nadie más podía entrar a verlo en su oficina. El comedor comunitario y las sesiones de rehabilitación a adictos continuaban como de costumbre hasta que, iniciada la tercera semana, el administrador se reúne en exclusiva con los profesionales encargados de la rehabilitación –excluyendo a Lety, Bruni, Sebas y a los trotamundos- para informarles que el programa concluía, a partir del siguiente día, por razones que el señor párroco se reservaba; igual tendría que pasar con el comedor comunitario.

El mismo día por la tarde-noche, una vez que los trotamundos levantaban las mesas para cerrar el local, llegó el administrador para comunicarles la firme decisión del padre Diego.

-Siento mucho decírselos, pero el padre Diego me ordenó cerrar el comedor. Por esta noche les va a permitir quedarse aquí, pero mañana a primera hora tendrán que salir con todas sus cosas personales. Lo siento mucho, muchachos, créanme, pero son órdenes del padre Diego.

Los trotamundos se vieron uno al otro sin pronunciar palabra.

…CONTINUARÁ

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