jueves, 20 de mayo de 2010

Trotamundos capítulo XV

Corazón de Niño/Quetz-Al
EHECATEPETL
(Cerro del Viento)
MANUAL DE ESCULTISMO ALTERNATIVO
-FORMACIÓN DE AUTONOMÍA-
TROTAMUNDOS XV
Lince Hambriento

SINOPSIS

En el capítulo XIV los trotamundos asisten a las exequias de la abuela Petrona violada y asesinada impunemente por el ejército en su propia casa junto con su amiga Simona como venganza de los poderosos por no haberla podido eliminar de la competencia comercial.

El profe Sinaloa recomienda a los trotamundos abandonar Oaxaca por su propia seguridad y los muchachos deciden democráticamente, en Consejo de Patrulla, regresar a la ciudad de México, pero no por los rumbos de Iztapalapa donde podrían ser reconocidos por el narco, sino al viejo Centro Histórico, en donde se topan con una numerosa comunidad de niños de la calle y drogadictos en rehabilitación en las inmediaciones de un antiguo templo.

(Fe de erratas: en el capítulo anterior, página dos, párrafo cinco, dice: “bióxido” de carbono, debe decir “monóxido” de carbono).

CAPÍTULO XV

El antiguo templo del Centro Histórico de la ciudad de México estaba desde tiempo atrás dedicado al culto de San Judas Tadeo, santo patrono de las causas difíciles. En la zona circundante había una plaza-jardín poblada por unas 20 o 30 personas de la calle, algunas y algunos de ellos y ellas menores de edad. La mayoría –quizá no todos- consumían “mona” (cemento) y tal vez uno que otro, “mota” y “piedra”, bastante más caras que la primera. Lo grave del asunto es que la “mona” destruye muy rápidamente las neuronas provocando idiotez y hasta muerte súbita.

La plaza-jardín de San Fernando estaba prácticamente ocupada por este grupo de personas indigentes en donde tenían tendidos, cobijas, mochilas y hasta equipos de sonido con los que solían bailar y pasar ratos alegres, seguramente para contrarrestar la tragedia de sus respectivas vidas.

-Mira nada más, qué asquerosidad, comentaban los transeúntes que circulaban por las avenidas perpendiculares a la plaza, muy cercana a la estación del metro Hidalgo y de la Alameda Central.
-Pues si viven así es porque son una bola de güevones, no les gusta trabajar.
-Sí, pero cómo afean la ciudad, el gobierno debería hacer algo para desaparecerlos. Los que pagamos impuestos tenemos derecho a disfrutar de nuestra ciudad sin el estorbo de esta gentuza, ¿no crees?
-Me cai que sí, pero ya vez, nuestro pinche gobierno no sirve para nada, más que para robar.
-Pues cuando menos que la policía o el ejército se lleve a toda esta bola de güevones a trabajar en las minas, en los campos o cuando menos a que limpien las calles que ellos mismos ensucian, ¿no crees?
-Pos me cai que sí.

Muchos de esos transeúntes no estaban equivocados. Tiempo atrás, según cuentan las malas lenguas, el lugar estaba poblado por más de cien “niños” –todos menores de edad- de la calle, pero poco a poco empezaron a disminuir en número hasta dejar a unos cuantos que aún habitaban el jardín ¿por cuánto tiempo más?

Don Manolo, un hombre sesentón mutilado de ambas piernas debido a un accidente cuando era trabajador de una mina en el norte del país, aún siendo adolescente, emigró a la capital en calidad de indigente, ya que la empresa minera que lo explotaba sin contrato lo echó a la calle sin más ni más y sin que gobierno alguno defendiera sus legítimos derechos laborales.

-Yo vivo aquí desde hace más de 40 años ¡y lo que no les podría contar! –decía don Manolo a dos reporteros que fueron a entrevistarlo un día después del 28, celebración de San Judas Tadeo.

-¿Es cierto que aquí había más menores que ahora?
-¡Uh!, sí, mucho más, yo creo que más de cien.
-¿Y a qué cree que cada vez haya menos?
-Los “levantan”.
-¿A sí?, ¿quiénes?
-Pus gente armada que aluego viene por la noche y se los lleva, pura niña y niño, claro, pus los viejos no les servimos.
-¿Y a dónde cree que se los lleven?
-Pus a trabajar como esclavos, ¿o dónde cree?
-Tal vez, pero la esclavitud en México se supone que se abolió constitucionalmente desde los tiempos de Benito Juárez.
-¡Ja,ja!, yo nací cien años después de esa mentada constitución y trabajé como esclavo en una mina de Sonora, donde nací, desde los 11 años. Tenía 16, cuando una explosión dentro de un agujero me voló mis dos piernas y los patrones me echaron a la calle sin darme ni un quinto, por eso me vine al D.F., para probar suerte y aquí me tienen, nadie me da trabajo. Yo hago lo que puedo, levanto la basura, acomodo coches, recolecto algo de comida en el bote de basura y tengo que pedir limosna pa´completar. Nunca he robado a nadie, ni siquiera podría por falta de piernas, ¿cómo me echaría a correr? Hay gente que pasa y me dice “trabaja, güevon”, pos sí, pero ¿de qué? Entonces pienso: ¿“tú me darías trabajo”?, ¡ps órale!, pero nada, todos te critican por no trabajar, pero nadie te ofrece nada, ningún trabajo y ni modo que invierta en un negocio propio, ¿pus de´onde?

Leticia, Brunilda y Sebastián, jóvenes de entre 20 y 23 años, habían sido niños de la calle desde su preadolescencia a causa de la desintegración y violencia familiar y, por supuesto, la pobreza; habían consumido droga por un tiempo, pero gracias al programa que allí se impartía lograron superarse; ahora estaban entregados a una muy valiosa labor social: ayudar a rescatar a niños y adolescentes de la calle víctimas del abandono y la drogadicción, tal y como ellos mismos la sufrieron. Para subsistir vendían en el atrio, con permiso del párroco, los objetos de arte popular que ellos mismos fabricaban en los talleres. Por colaborar con los maestros y psicólogos a reclutar a más niños de la calle no obtenían ninguna recompensa económica, su contribución a la causa era completamente voluntaria en gratitud, veneración y fe a San Judas Tadeo.

Lety, Bruni y Sebas habían corrido con buena “suerte” gracias a quién sabe qué circunstancias, tal vez a su corta edad y a su apariencia física, más cercana a lo caucásico que a lo indígena, lo que nos habla sin duda alguna de cierto grado de discriminación racial. O sea, la “suerte” no existe, lo que existe son las circunstancias y el esfuerzo personal combinados. Si don Manolo no tuvo la misma “suerte”, a pesar de su gran esfuerzo personal, fue quizá por su discapacidad y su apariencia indígena (seri).

México, un país de origen eminentemente indígena, ha sido sistemáticamente conquistado desde hace más de 500 años por europeos quienes, 500 años después, aún nos siguen sometiendo, sólo que bajo la sumisión y admiración por parte de una gran porción de los mexicanos de la clase media y de la clase dominante, fenómeno que conocemos como “malinchismo”. ¿Qué tanto el prejuicio racial malinchista del mexicano medio destruye el esfuerzo y las esperanzas de muchas mexicanas y mexicanos tan sólo por su apariencia indígena o por alguna discapacidad? ¿Por qué entonces nos quejamos de la existencia de vagabundos, delincuentes callejeros, niños de la calle, si somos la sociedad misma, los que nos decimos “decentes”, quienes lo hemos propiciado? Los trotamundos tenían la “mala suerte” de parecer más indígenas que caucásicos -blancos, rubios, de ojos claros-, sobre todo Porfidio, auténtico indio mixe.

Los trotamundos, aunque no eran drogadictos, aceptaron con gusto integrarse al programa, pero el dinero que les fue aportado por los puesteros y los maestros de Oaxaca se empezaba a agotar, a pesar de la buena administración de Porfi. Los cruceros de la zona, en pleno centro de la ciudad, estaban ya saturados por “franeleros”, “viene-viene”, “payasitos”, malabaristas, etc., lo que les hacía muy difícil integrarse a trabajar preferentemente juntos con el fin de cuidarse unos a otros, sobre todo por Bruti y Poncho, los dos más pequeños; no olvidemos que se encontraban nada menos que en una zona de muy alto riesgo para seres tan vulnerables como ellos, niños de la calle.

Había un grupo, sin embargo, quizá menos numeroso, decidido a dejar de por vida la droga. Dicho grupo se reunía a diario en el templo y allí realizaban artes manuales con todo tipo de materiales accesibles, sobre todo de desecho y reciclables, dirigidas por artistas, maestros y psicólogos. El arte, al parecer, les ayudaba enormemente a superar sus traumas, entre ellos su baja autoestima, pues el arte, dicen los expertos, une lo material con lo espiritual del ser humano.

Nuevamente en Consejo de Patrulla

-Psss, ¿qué proponen?, dijo Galpa.
-¡Uta!, ps tá cañoncísimo, contestó Luca, creo que por aquí todos los pinches cruceros están repletos y no nos van a dejar trabajar a los cinco juntos, a menos que nos separemos.
-Ni maiz, dijo Galpa en un asomo de la responsabilidad que como Guía de Patrulla sentía por sus compañeros; tú y yo –dirigiéndose a Luca- como quiera, pero ni a Poncho, ni a Bruti y ni siquiera a Porfi que no es de aquí los dejaría solos en este desmadre de ciudad, se ve que aquí hay mucho más peligro que allá en Iztapalapa.
-Mmm, contestó Porfi, ps yo aquí sí que ni conozco, no se me ocurre nada.
-¡Fácil!, interrumpió Bruti, ¡qué tal un domecor polupar como el de doña Sofi!, ¿se aduercan?
Tras unos segundos de silencio los trotamundos se miraron unos a otros como tratando de entender…
-¡Me cai que Bruti tiene razón!, saltó Poncho agitando sus regordetes y bien torneados brazos en alto. ¡Un comedor popular como el de doña Sofi allá por Iztapalapa!, no estaría nada mal después de lo que aprendimos de la abuela Petrona.
-¡Uta!, dijo Galpa, ¿ya ven que Bruti no es tan pendejo?
-¡Mmm!, pinche Bruti, ¡quién te viera!
-¡Bueno, ps yá stá!, dijo Luca, mañana hablamos con Lety, Bruni y Sebas ps pa ver qué dicen, ¿no?

Al día siguiente, durante el taller de artes plásticas, los cinco trotamundos -siempre juntos- solicitan a los tres jóvenes unos minutos de su atención. Por voz de Galpa, el Guía y representante de la Patrulla, pero frente a ellos –Galpa no decidía nada que afectara a la Patrulla sin la presencia de todos como un principio de solidaridad y democracia-, explica a los jóvenes sobre la dificultad para integrarse al trabajo callejero en los cruceros, no porque éste fuese un trabajo inferior ni denigrante, sino porque ya había demasiados chavos realizando dicho trabajo. Otro argumento, por demás válido, era el tener que trabajar separados ante los inminentes peligros de que eran víctimas los menores de edad por parte del llamado crimen organizado en su modalidad de “trata de personas”.

Acto seguido, Galpa propone a los tres jóvenes la brillante idea de Bruti –mencionándolo desde luego como autor- acerca de abrir un comedor comunitario. Les explicó su previa experiencia en el comedor de doña Sofi, en Iztapalapa, así como en el puesto de la extinta abuela, violada y asesinada impunemente por salvajes militares en Oaxaca al servicio de los ricos.

-¿Cómo la ven? –pregunta Lety a sus dos compañeros, Brunilda y Sebastián.
-La verdad no suena nada mal, diez pesos los puede pagar cualquiera de los chavos que viven aquí en el parque, ¡hasta nosotros!
-Y no lo dudes, contestó Brunilda, ya verás que hasta muchos de los trabajadores de esta zona van a venir a comer.
-Pues vamos a proponérselo al padre Gregorio, a ver qué nos dice, todo depende de él y que nos preste un rinconcito dentro del templo para instalar el comedor.

La empresa no era nada fácil, no sólo se requería del permiso del padre Gregorio, se requería además del permiso del gobierno de la ciudad, de la Delegación y de la arquidiócesis de la iglesia católica. Se requería, por otro lado, de conseguir proveedores que les pudiesen llevar, a crédito, desde la Central de Abastos, las verduras, las carnes, el aceite y todo lo que necesita un comedor para prestar el servicio. Finalmente se requería amueblar el local con mesas, sillas, estufa, refrigerador, baños, lavabos, etc., etc., todo lo cuál no estaba nada fácil.

Cuando los jóvenes Lety, Bruni y Sebas plantearon al padre Gregorio el proyecto éste casi se va para atrás, pero no se dio por vencido. -Me gusta… me gusta…, dijo, déjenme platicar con el administrador de la Parroquia y luego les digo. A la semana siguiente, el padre Gregorio citó nuevamente a los tres jóvenes.

-Pues ya hablé con el administrador, me informa que lo de los permisos es fácil, lo difícil sería conseguir proveedores que nos den crédito, pero lo más difícil es que podamos equipar el espacio que, como ustedes saben, necesitaríamos al menos de una estufa, refrigerador, mesas, sillas, etc., todo ello se lleva una buena lana y ¡ah!, además quiero conocer a esos tales trotamundos para ver si me inspiran o no confianza.

-Por eso no se preocupe, padre, si quiere hoy mismo se los traemos, va a ver que son muy simpáticos, además no son drogadictos. Dos de ellos lo fueron, pero ya dejaron la “mona” hace un buen tiempo, desde que se unieron como una Patrulla a la que llaman Trotamundos, ya los va a conocer.

-¡Vaya, vaya!, sí que me sorprenden, en esta plaza siempre han vivido muchos niños de la calle, desde antes que yo llegara aquí, pero nunca había conocido a chavos como ustedes, me caen bien y su idea me parece interesante, denme chance unos días para ver qué podemos hacer con respecto al comedor comunitario que ustedes proponen, mientras tanto, si no tienen qué comer, pues vénganse a la sacristía, yo les puedo compartir de mi comida.

Los muchachos recordaron al padre Damián de San Agustín Etla en la sierra mixe, a su queridísima abuela Petrona y su amiga Simona ambas violadas y asesinadas por militares, a sus dos compañeritos Pepe y Lalo de la escuela rural, ambos abatidos en un supuesto “fuego cruzado”; al maestro Sinaloa; a los puesteros lidereados por don Maclovio, viudo de doña Simona; a los maestros solidarios de la escuela rural. ¡Qué diferencia con el padre Felipe de Jesús, párroco de Santo Domingo, Oaxaca y sus pirruris predilectos! Unos y otros predicaban el cristianismo, pero al parecer de diferente manera; unos ayudando desinteresadamente a los pobres, otros ayudando a los ricos –interesadamente, claro-.

-Gracias -contestó Galpa con dignidad-, pero por lo pronto tenemos algunos ahorritos y de ahí podemos seguir comiendo mientras esto se arregla. Mientras tanto, Luca y yo podemos trabajar en los cruceros en donde nos acepten, como quiera podemos cuidarnos solos, lo que no queremos es arriesgar a nuestros tres hermanos más chicos.

-Mmm, eso me parece muy bien, chicos, pero si en vez de que coman en la calle le cooperan a doña Lucila con algunos centavitos, de seguro que comerán mejor y más barato, ¿qué les parece?, así hasta tendré el honor de comer junto con ustedes.

Los trotamundos se vieron unos a otros con una sincera sonrisa por demás infantil e inocente, la propuesta del padre Gregorio después de todo era más digna que aceptar caridad, así que aceptaron de muy buena gana. Los días subsiguientes desayunaban, comían y cenaban con el padre Gregorio quien gozaba de sus anécdotas. Aportaban a doña Lucila una modesta cooperación de lo poco que aún les quedaba en la tesorería de Patrulla, pues ningún jefe de los cruceros cercanos daba chance a Luca y a Galpa trabajar como franeleros o como “viene-viene”. De cualquier forma, con tal de sentirse útiles, se ofrecieron voluntariamente a ayudar a quienes hacían la limpieza del templo y la plaza Zarco.

Las cosas resultaron a la inversa de como el administrador había previsto: lo difícil no fue conseguir ni proveedores ni equipamiento, lo verdaderamente difícil fue enfrentar a la pesada burocracia para conseguir los permisos tanto gubernamentales como clericales.

El gran número de fieles de San Judas Tadeo que domingo a domingo asistían a misa en San Hipólito se enteraron, por medio de los avisos del padre Gregorio, del proyecto del comedor comunitario. No faltó quien empezara a organizar voluntarios que pudiesen donar que una estufa usada, que un refrigerador que a alguien le sobraba, que una o dos mesas de plástico, que dos que tres sillas plegables, que ollas y sartenes un poco abollados, que platos, vasos, cubiertos, en fin, el equipo suficiente para empezar. También hubo proveedores que les ofrecieron crédito hasta por un mes cobrándoles el mínimo de utilidades y gastos.

El local, dentro de las instalaciones del templo, era pequeño, pero tenía acceso tanto a los sanitarios del templo mismo como a otros sanitarios públicos a tan sólo una cuadra de distancia en una plaza curiosamente llamada “Solidaridad”. En menos de tres semanas todo estaba listo para arrancar, pero ¡oh!, los lentos y tediosos trámites “burrocráticos” lo impedían. Tuvieron que transcurrir más de tres semanas para que todo estuviera listo.

Tuvieron que transcurrir más de siete semanas para iniciar un proyecto que gracias a la organización civil hubiese podido arrancar en menos de tres semanas. El principal obstáculo se dio por parte de la burocracia tanto gubernamental como clerical. ¿Para qué sirven las autoridades si la sociedad civil se puede organizar mejor y más eficientemente en forma autónoma?

SISTEMA DE PATRULLA

Dentro del Escultismo, el Sistema de Patrulla se refiere a la organización espontánea de un pequeño grupo de preadolescentes (11 a 15 años) generalmente del mismo sexo con un propósito, misión u objetivo común, a semejanza de una pandilla. Una pandilla es mucho más pequeña que una banda y puede tener objetivos a corto, mediano o largo plazo con o sin fines delictivos. Una Patrulla escultista se caracteriza por tener objetivos a largo plazo con fines eminentemente constructivos. En nuestro caso –Proyecto Quetz-Al de Escultismo Alternativo-, el Sistema de Patrulla tiene como objetivo la Formación –con mayúscula- de Autonomía, a través de los seis Principios Quetz-Al:

1. Auto-conocimiento,
2. Creatividad,
3. Pensamiento Crítico,
4. Responsabilidad,
5. Solidaridad y
6. Respeto.

¿Qué depara a la Patrulla Trotamundos? ¿Podrán abrir por fin su proyecto de comedor comunitario? No te pierdas el siguiente capítulo.


…CONTINUARÁ

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