miércoles, 31 de marzo de 2010

Trotamundos capítulo 3

TROTAMUNDOS
AVENTURAS DE PORFIDIO NATIVITAS
CAPÍTULO III

Con los primeros 75 pesos recaudados entre los cinco chavos, Porfidio compró una libreta cuadriculada, una pluma y una regla, con el objeto de llevar anotada la contabilidad de la recién formada pandilla. Trazó algunas rallas verticales y horizontales de la siguiente manera:


En la columna correspondiente a “fecha” anotaría la fecha de operación. En la siguiente columna: “ingresos”, anotaría la cantidad exacta, con pesos y centavos, que ese día habrían entrado en caja; según sus cuentas, de a 15 pesos por cabeza, debían entrar 75 pesos diarios. En la columna “concepto” anotaría el origen de dicho dinero, por ejemplo, “cuotas personales”. La cuarta columna se refiere a los gastos para beneficio común, lo cual se anotaría con números, y en la columna siguiente –otra vez “concepto”- se anotaría el destino del dinero gastado. En “saldo anterior” se anota con números la cantidad exacta del dinero existente hasta la fecha anterior, a ella se le suman los ingresos y se le restan los gastos del día presente y el resultado es el “saldo actual”. Este saldo aparecerá en la línea de abajo, es decir, en la fecha siguiente, como “saldo anterior”.

Porfidio aprendió a hacer esto en la hacienda de Oaxaca, porque el contador, que lo apreciaba bien, se lo enseñó: “aprende bien esto, amigo, algún día te puede servir” y así fue. En ese momento nuestro amigo estaba aplicando aquel conocimiento que había aprendido aún sin haber ido a la escuela; era un conocimiento empírico, es decir, por puritita experiencia.

Además compró una caja de madera con llave, de mediano tamaño para guardar ahí el dinero y se puso a buscar un escondite seguro; con las herramientas que encontró a la mano y aprovechando un momento en que estaba solo, logró excavar un huequito en el lado interno del muro que les servía de refugio, a una altura conveniente por aquello de las inundaciones. Envolvió el cuaderno, la pluma, la regla y la caja en una bolsa de polietileno, misma que introdujo hasta el fondo del hueco, el cual cubrió de manera bien camuflada con un tabique del mismo material con que estaba construido el puente. Se ató la llave a la cintura; “aquí va a estar bien segura nuestra lana”, pensó.

Conforme fue cayendo la noche, los pandilleros en situación de calle fueron llegando uno a uno. Bruti, que fue el último en arribar, casi a media noche, llegó semidesnudo, con varios moretones en el rostro y un ojo totalmente cerrado por la hinchazón.

-y ahora, ¿qué te paso?
Bruti no aguantó el llanto y soltó: -me subieron dos policías a su patrulla… por la fuerza… y me dijeron: “¡conque vendiendo droga!, ¿no?, ¡ps yá te llevo el carajo, maldito escuincle!, nos vas a acompañar a la delegación”.
-¡Les juro que no!, les dije, escúlquenme y verán.
-¿Y luego?
-Luego me desvistieron y hasta me manosearon mientras se reían como locos, pero como no me encontraron nada de droga me aventaron a la calle nomás con lo que traigo puesto.
-¡Malditos policías!, exclamó Galpa lleno de indignación.

Porfidio recordó de pronto a aquellas dos niñas que unos policías subieron a una patrulla aquella noche en que casualmente llegó al parque de Iztapalapa procedente de Oaxaca, mismas que hasta el momento no habían vuelto a aparecer. Nadie reclamó por ellas, nadie se ocupó de buscarlas, simplemente desaparecieron sin que hubiera ningún culpable. Porfidio sintió mucho coraje, mucha indignación y, sobre todo, mucho sentimiento de impotencia; ¿qué podía hacer frente a la prepotencia, arbitrariedad, impunidad e injusticia por parte de quienes se supone ejecutores de la justicia?, ¿cuál justicia?

Galpa se llevó las manos a la frente y la empezó a frotar con la yema de sus dedos manteniendo los ojos cerrados; después de unos segundos atinó a decir: -¿saben qué?, a ver cómo le hacemos, pero vamos a tener qué trabajar los cinco juntos, tenemos que cuidarnos los unos a los otros.
En ese momento Porfidio pudo entender a fondo la importancia de estar unidos, de ver no sólo por uno mismo, sino por los demás, de apoyarse unos a otros. Solos no somos nadie –pensó para sí-, debemos actuar juntos, ayudarnos, defendernos, pero siempre unidos.

-¿Qué hacemos? -preguntó Luca-, el problema es que juntos no nos van a dejar trabajar en el mismo crucero, los “jefes” (así les llaman a los líderes parásitos de crucero que cobran tributo a los que allí trabajan) no nos van a dejar, si ya de por sí nos quitan una lana para dejarnos trabajar, ¿cómo le vamos a hacer?

-No sé –dijo Galpa-, pero algo tenemos que hacer, piénsenle, la cosa es que no debemos seguir trabajando separados, de mañana en adelante tenemos que trabajar juntos, piénsenle y mañana hablamos. Por cierto –preguntó a Porfidio- ¿qué hay con la lana?

-Ps ayer se juntaron 75 pesos, pero de ahí tuve que comprar una libreta, una pluma, una regla y una “caja fuerte” para poder llevar las cuentas, en total me gasté 35 pesos con 55 centavos, me sobraron 39.45 pesos que ahí tengo guardados en un lugar secreto, pero están seguros. Si quieren les puedo mostrar la libreta de cuentas todos los días pa´ que no digan.

-Bueno, sí –dijo Galpa-, ¿pero dónde los tienes?
-Ya dije, en un lugar secreto.
-¡Ah!, ¿y cómo vamos a saber?, ¿qué tal si un día ya no regresas?
-Mmm, pos`no había pensado en eso.
-Si no nos tienes confianza –dijo Luca- cuando menos dilo a uno de nosotros.
Porfidio lo pensó un momento y después decidió:
-tienes razón, yo confío en todos ustedes, porque somos amigos, ¿no? Los condujo hasta el escondite que él mismo había construido y les mostró cómo llegar hasta la bolsa de polietileno que mantenía tanto el dinero como la libreta de cuentas mostrándoles las anotaciones de la primera página en donde aparecía un ingreso de 75 pesos por concepto de cuotas personales, un gasto de 35 pesos 55 centavos por concepto de gastos en material de tesorería y un saldo actual de 39 pesos 45 centavos; aún no había saldo anterior, porque era el primer día.
-Está bien, dijo Galpa, de todos modos tú guarda la llave de la caja fuerte.

Esa noche fue diferente para todos, cada uno de los muchachos experimentaba un sentimiento raro en su interior, no era enojo, tristeza ni mucho menos alegría, era más bien de confusión. Era un momento en que cada uno se daba cuenta de no ser el único en tener problemas, sino que había problemas compartidos, pero en el caso presente la víctima principal era el pequeño Bruti quien no dejaba de llorar tanto por el dolor físico que le habían producido esos desalmados policías como el dolor psicológico por el sentimiento de impotencia.

Eran altas horas de la noche, los cinco estaban ya dormidos cuando Bruti empezó a dar gritos desesperados que despertó a los otros cuatro; tenía una pesadilla, Porfidio lo despertó.
-Bruti, bruti, despierta, tienes una pesadilla.
-¿Qué, qué?
-Tuviste una pesadilla.
-¡Ah!
-Tranquilízate y vuélvete a dormir.
-No, ya no tengo sueño, tengo mucho miedo.
Bruti empezó a temblar y a gritar ¡tengo miedo!, ¡tengo miedo!, ¡no me dejen solo con los policías!, ¡tengo mucho miedo!
-¡Cálmate, cálmate!, estás con nosotros, tus amigos, te vamos a cuidar, no te preocupes.
Estas últimas palabras lo empezaron a tranquilizar, miró a Galpa y le pidió un cigarrillo.
-Galpa, ¿me das un cigarro?
-Pero si tu no fumas, además estás muy chiquito para eso.
-Es que tengo ganas, me hace falta para calmarme.
-Bueno, está bien, pero nomás hoy.
De su bolsillo derecho del pantalón sacó una cajetilla de cigarrillos algo maltratada, le obsequió uno y se lo encendió. –nomás este y ya, ¿eh?, todavía estás muy chiquito para fumar.

Encendió el cigarrillo y comenzó a toser incontrolablemente, no obstante siguió fumando hasta que pudo tolerar el caliente humo en su tierna garganta.
-¡uff!, siento que me calma.
Antes de diez minutos los cinco muchachos estaban tranquilamente dormidos.

Oswaldo (Bruti) llevaba casi un año de haber salido de su casa. Su madre murió cuando él apenas tenía ocho años, era el mayor de tres hermanos: una niña de cinco y un varoncito recién nacido, pues su mamá murió en el parto del tercer hijo. El padre, desesperado, vendió al recién nacido a una pareja que no podía tener hijos y a la hermanita de cinco años a otra pareja en las mismas condiciones. A quien no pudo vender fue a Oswaldo, quien ya tenía ocho años y se daba cuenta de la situación. En un momento dado, su padre entró en una depresión tal que se aventó a las vías del Metro muriendo instantáneamente.

Nadie avisó a Oswaldo, nadie se ocupó de él, pasaron dos, tres, cuatro días sin que el papá regresara a casa, sin que Oswaldo supiera nada y, por supuesto, sin nada qué comer.

Oswaldo salió a la calle, anduvo vagando unos días comiendo lo que se encontraba en la basura creyendo que su padre lo había abandonado por falta de cariño. Un día se topó en la calle con Galpa y Luca, que ya desde antes eran amigos y compañeros de la misma suerte. Al verlo tan pequeño y abandonado en aquel parque de Iztapalapa lo invitaron a ser parte de la pandilla. A partir de entonces se apodaron así mismos como Galpatrafo, Luciferno y Brutillón. El apodo de Brutillón se debió a que el pequeño Oswaldo tenía como costumbre, a manera de diversión, tergiversar las letras de algunas palabras, como decir “direno” en lugar de dinero; “tranzaco” en lugar de trancazo o “desdrame” en lugar de desmadre. Oswaldo sabía como pronunciar bien las palabras, pero las tergiversaba a propósito con el simple objetivo de divertirse, le parecía gracioso.

El progresivo ruido del tráfico vehicular y los primeros celajes del amanecer propiciaron el despertar de uno por uno de los cinco chicos hacinados bajo el puente. Después de la emotiva noche anterior nadie salió a su trabajo habitual, esperaron a que todos despertaran para tomar una decisión conjunta sobre qué iban a hacer, dada la situación emergente de Bruti.

-¿Qué onda?, preguntó Galpa.
-La verdá lo veo difícil, contestó Luca después de unos segundos de silencio. Pa´empezar en ningún crucero nos van a dejar trabajar juntos y otra cosa no se me ocurre.
-Ps´ por lo pronto yo me llevo a Bruti –dijo Porfidio- y si no dejan que me ayude que me espere sentado donde yo lo pueda ver, aunque no trabaje; digo, mientras pensamos ¿no? Por ahorita yo me encargo de cuidarlo.
-¡órale!, me pasa, dijo Galpa, ¿qué dicen?
-Ps´ sí ¿no?, por lo pronto así está bien.

Porfidio se llevó a Bruti al crucero donde acostumbraba lavar los parabrisas de los carros mientras esperaban el alto, pero el líder parásito de franeleros lo detuvo.

-¡Hórale, hórale!, y este mocoso ¿de ónde lo sacaste?
-Es mi hermanito, anoche me vino a buscar, déjelo trabajar conmigo, ps´lo tengo que cuidar, ¿no?
-Mmm, ta´güeno, me imagino que no sabe todavía trabajar ¿no?
-No, ps´cómo va a saber si apenas se salió de la casa y me vino a buscar, pero yo le voy a enseñar.
-Bueno, que te ayude, pero desde hoy tendrá que caerse con su cuota de diez pesos diarios.
-Sí, está bien.

Pasaron el resto de la mañana-tarde trabajando juntos hasta que el hambre empezó a calar en sus estómagos vacíos. Los niños de la calle acostumbran hacer no más de una comida al día y comen, o bien lo que se encuentran en la basura, o bien, si lograron juntar algo de dinero, se compran, ya por la noche, alguna garnacha en cualquier puesto callejero de cualquier esquina. Pero ese día Porfidio y Bruti se toparon con un establecimiento que tenía un letrero hecho en cartulina que decía: “Comedor Comunitario”, Hoy Apertura, comida corrida $10.00. Se vieron uno al otro y se preguntaron: ¿qué tal?, ¡órale!, ¿probamos a ver qué onda?

La comida no estuvo nada mal, era similar a la que hacía mucho tiempo, cuando aún vivían en sus casas con sus familias, comían todos los días. Desde que vivían en la calle no habían vuelto a comer nada igual y el precio no estaba nada mal, pues era accesible a sus posibilidades, sólo $10.00 pesos por sopa, arroz, un guisado, frijoles y postre. No era un comedor de esos que pone el gobierno de la ciudad, sino un comedor organizado por varias amas de casa representadas por doña Sofi, una mujer de 60 años muy activa de la comunidad a quien le gustaba hacer el bien a la sociedad sin esperar ninguna paga, sólo por el gusto de ser útil.

Esa noche, una vez todos juntos, Bruti y Porfidio contaron su experiencia del día. -¿Qué les parece?
–Ps´suena bien, dijo Galpa, pero serían 50 pesos diarios por los cinco.
-No importa –dijo Porfi-, lo pagamos de los 75 pesos que juntamos de la cuota personal y nos quedarían 25 pesos diarios de ahorro.
-Mmm, ps suena bien –dijo Luca- ¿qué tal si vamos juntos mañana?
-¡Órale!, así comemos como en familia ¿no?,
-¡sí, sí, como en “falimia”!, exclamó Bruti emocionado.

Al siguiente día se citaron a las dos de la tarde en la esquina más cercana al comedor, por primera vez departieron juntos una sabrosa comida casera en la misma mesa y al final cada uno sintió que a partir de ese momento se abría una nueva e interesante etapa en sus vidas; al parecer se estaba empezando a construir una comunidad de verdaderos amigos.

Varios días pasaron, los muchachos se habían acomodado muy bien con la rutina de comer juntos en el recién abierto comedor comunitario, Bruti seguía trabajando con Porfidio en el crucero lavando parabrisas y pagando su contribución diaria de diez pesos al líder parásito que controlaba el crucero. Desgraciadamente Bruti continuaba todas las noches con sus pesadillas y sus ataques de pánico que sólo lograba calmar fumando un cigarrillo, el problema era que cada vez necesitaba más y más cigarrillos al día hasta que se vio obligado a tener que comprar los suyos con el poco dinero que alcanzaba a ganar.

Porfidio cargaba siempre consigo el viejo Manual de la y el Muchacho Quetz-Al que pocos días antes había encontrado abandonado bajo el puente que les servía de refugio. Cada vez que tenía oportunidad leía algún párrafo o capítulo, lo último que había leído se trataba acerca de la Patrulla Quetz-Al.

Conforme Porfidio avanzaba en la lectura del manual éste le parecía cada vez más apasionante, su mayor deseo era hacer de la pandilla una verdadera Patrulla Quetz-Al, pero aún faltaba tiempo para ver su sueño realizado, pues antes se encontraría con múltiples obstáculos que ninguno de los muchachos tenían previstos.

PATRULLA Quetz-Al

Una Patrulla Quetz-Al –decía el Manual- es un grupo de cuatro a seis muchachas o muchachos entre 11 y 16 años de edad y del mismo sexo. Para integrarte a una Patrulla debes tener realmente ganas de pertenecer a ella y que quienes la integran te acepten”. En la Patrulla sólo están los que “jalan parejo” y se llevan bien con todas o todos los demás.

La Patrulla debe tener un nombre, un lema o “grito”, un emblema y un banderín. Además debe nombrarse de común acuerdo a una o un Guía, una o un Sub-guía, secretaria(o), tesorera(o), paramédico, cuartel-maestre, bibliotecaria(o) y guardián de leyendas. La o el Guía es a quien todas o todos reconocen como líder natural, la o el Sub-guía es su segundo de a bordo, es decir, su suplente en los momentos en que la o el Guía no esté presente; la o el secretario se encarga de llevar la agenda y el directorio; la o el tesorero se encarga de guardar y administrar el dinero juntado con el trabajo conjunto; la o el paramédico se encarga de mantener el botiquín y aplicar los Primeros Auxilios; la o el cuartel-maestre se encarga de resguardar y mantener al día el equipo material, como la tienda de campaña, estufeta, cuerdas, pala, hacha, etc.; la o el bibliotecario resguarda los libros, revistas, videos, etc.; finalmente, la o el Guardián de Leyendas se encargaría del “Libro de Oro” de la Patrulla, el cual contiene el álbum de fotos, videos, relatos, ceremonias, secretos, autógrafos de visitantes importantes e historia de la Patrulla.

Porfidio estaba sumamente interesado en que entre los cinco formaran una Patrulla Quetz-Al, pero los otros cuatro casi ni lo pelaban, en realidad no les interesaba, pues ni siquiera sabían bien a bien de qué se podía tratar, nunca habían visto algo así. Después de todo ¿a quién puede interesarle algo que no conoce?

Porfidio se sentía un poco frustrado, pero no cejaba en el reto que se había trazado: “no importa cuánto trabajo me cueste –se decía a sí mismo- lo importante es convencer a mis nuevos amigos que sería padre formar entre los cinco una Patrulla Quetz-Al, como lo dice el Manual, ¿por qué no?, ¿qué lo impediría?

Esa noche, una vez todos reunidos bajo el puente, Porfidio –Porfi, como le llamaban sus compañeros- insistió en explicarles acerca de la integración de una Patrulla Quetz-Al. Todos estaban cansados por la larga y difícil jornada que habían pasado ese día como tantos otros, sin embargo accedieron a escuchar. Conforme Porfi les iba explicando, su ánimo iba aumentando, así que decidieron entonces buscar un nombre y asignar los cargos que cada uno debía representar.

-¡Trotamundos, Patrulla Trotamundos!, propuso Luca como nombre a la Patrulla a lo que los demás asintieron. Galpa era prácticamente el líder natural, así que decidieron por unanimidad nombrarlo Guía. Luca, por consiguiente, fue nombrado Sub-guía. Porfi fue nombrado obviamente tesorero, a Bruti se le nombró guardián de leyendas, aún cuando no tenían ni Libro de oro ni una idea clara de lo que debía contener. Poncho fue nombrado paramédico. No tenía idea de los Primeros Auxilios, pero Porfi sabía algo de ello, pues no olvidemos que venía y se había criado en una hacienda en donde por fuerza había un veterinario quien tenía mucho aprecio por Porfidio y quien fue otro más de sus maestros. Después de todo, los Primeros Auxilios en los animales no es muy diferente que en los humanos, así que se comprometió a enseñarle a Poncho; el siguiente paso era formar el botiquín. Bruti, como Guardián de Leyendas, sería el encargado de diseñar el “grito”, el emblema y el banderín quedando todavía pendiente la confección del Libro de Oro. Quedaron vacantes los cargos de secretario, cuartel-maestre y bibliotecario, pues en ese momento no eran necesarios.

Poncho, el más pequeño de los cinco –tenía nueve años y estaba próximo a cumplir los diez- en realidad, según el Manual, no tenía la edad mínima requerida para formar parte de una Patrulla Quetz-Al, pero por un lado no lo podían dejar fuera de la comunidad, pues sería como abandonarlo a su suerte y, por otro, las duras circunstancias por las que había pasado en su cortísima vida lo habían hecho madurar en el aspecto de la supervivencia, pues ya desde niño tenía que vérselas por sí solo. Provenía de una familia muy pobre: un padre sentenciado a 40 años de prisión por presunto asesinato, no plenamente comprobado, pero sin dinero para pagar abogados; una madre que se había visto obligada a dedicarse a la prostitución para poder medio mantener a seis hijos: Poncho, de nueve años, era el segundo, su hermana mayor tenía 11 y ya se había iniciado en la prostitución y pornografía infantil, los otros cuatro iban de los siete a los dos años. Aún viviendo en su casa, Poncho era prácticamente un niño abandonado. Un día conoció a unos muchachos pocos años mayores que él quienes le prometieron dinero si les ayudaba a robar en la vía pública. El trabajo no era difícil, consistía en ofrecer chicles a los automovilistas, de esa manera se acercaba al auto y observaba si dentro del mismo había bolsos u otras cosas de valor, entonces pegaba un chicle en la portezuela como señuelo para que así, en el siguiente alto, otros más grandes asaltaran al conductor para robarle lo que traía. Esta era una banda de delincuentes que se llamaban a sí mismos los “Nazis”.

La noche en que Porfidio llegó en aventones desde Oaxaca a aquel parque de Iztapalapa en donde hubo lugar un operativo policíaco, los Nazis, excepto Poncho, fueron “levantados” por la policía y Porfidio tuvo casualmente su primer encuentro con Poncho, quien le ayudó a escapar. Ese episodio, como recordamos, fue el inicio de la integración de los cinco muchachos que formarían posteriormente la actual pandilla.

En los últimos días, Poncho empezó a faltar al comedor popular comunitario donde solían reunirse a comer al mediodía y, por la noche, llegaba al puente más tarde de lo acostumbrado, lo que empezó a preocupar a sus
compañeros. Un día llegó calzando un par de tenis nuevos de marca costosa, otro día llegó estrenando una playera también cara, luego un pantalón de mezclilla y después un IPod.

-¿Pos de onde?, le preguntaron sus compañeros con gran curiosidad. -Ps de mi trabajo. -¡Ah!, ¿ps cuánto estás sacando? –Ps ya ven…
-No, no, no mameyes, nadie de nosotros podría sacar lo mismo, ¿qué onda te trais?,
¿de ónde estás sacando toda esa lana?
-Ya les dije, de mi trabajo.

Nadie le creyó, todos sospecharon que algo malo se traía entre manos y eso propició un ambiente muy tenso dentro de la Patrulla Trotamundos recién integrada. ¿Qué estaba ocurriendo con Poncho?, ¿acaso algo ocultaba?, ¿por qué de la noche a la mañana estaba de pronto ganando tanto dinero?, ¿acaso se había metido en algo peligroso? No te pierdas el siguiente capítulo.

CONTINUARÁ

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