jueves, 1 de abril de 2010

Trotamundos capítulo X

SINOPSIS

Los trotamundos logran liberarse del albergue del DIF gracias a las gestiones de doña Petrona, a través de las ONGs defensoras de los Derechos Humanos, pero sobre todo a la intensa e incansable labor del licenciado Martín.

Los trotamundos logran la custodia condicional de doña Petrona, lo que les posibilita asistir a la escuela y organizar sus excursiones Quetz-Al al menos un domingo al mes. Por las tardes acudían al puesto a ayudar a la abuela, lo que propició mayor auge comercial.

La abuela y sus nietos, los trotamundos, parecían haber encontrado al fin su felicidad conquistando una vida verdaderamente familiar, aunque no biológica. Pero una nueva adversidad aparecía en sus horizontes: la avaricia de los cuatro pirruris, con la ayuda del párroco, el padre Felipe de Jesús y sus importantes contactos políticos, amenaza la seguridad y supervivencia de esta nueva familia. ¿Qué negocio traían entre manos?


CAPÍTULO X

El gran negocio

-¿Cuál es tu propuesta, Hillary?
-Pues retirar a esa india mugrosa de aquí, cuál otra.
-¿Y cómo?
-Muy sencillo, ya me informé con mi tío, el diputado, y me dijo que podríamos quitarla fácilmente, pues su puesto en la plaza es irregular, no tiene un permiso legal, así que en el momento en que nosotros queramos -me dijo- le digamos a él para que de inmediato mande a policías para que la desalojen.
-¿Así sin más?
-Así sin más, total, su puesto es ilegal, en cambio nosotros pondríamos nuestro restaurante con todas las de la ley.
-¿Tantas influencias tiene tu tío?
-Pon tú que no tantas, lo que me recomendó es que habláramos con el padre Felipe de Jesús, el párroco, ya sabes, al parecer él sí tiene muy buenas relaciones en el gobierno, todo está en ofrecerle una parte de las utilidades, ¿comprendes?
-¡Ah!, ya entiendo. La gente decente tenemos que recuperar nuestros derechos, los que nos arrebataron esos nacos quesque revolucionarios que injustamente quitaron a Don Porfirio de una presidencia bien merecida.

-Así es, mi querido Jonny, yo creo que nuestro deber, si de veras queremos a nuestra patria, es luchar por recuperar nuestros sagrados privilegios, pues somos hijos de familias católicas de lo más decente, no como esa chusma de indios que huelen mal, que no se bañan y que creen en supersticiones.

Después de unos días…

-Pues así es, padre Felipe de Jesús, nosotros creemos que esto ayudaría mucho a su santa parroquia y a la labor altruista que presta la legión a la que usted pertenece, ¿qué le parece?
-Mmm, déjenme pensarlo, les resuelvo el próximo domingo. Claro, yo sé que ustedes son de ¡muy buenas familias, las de mayor abolengo en este Estado que, gracias a Dios, desde nuestros ancestros, los españoles, no han sido contaminadas con esas diabólicas ideas del llamado “laicismo”. Gracias a Dios ustedes estudian en una de nuestras más prestigiadas universidades, lo cual debemos eternamente a nuestro santo fundador, que Dios tenga en la gloria.

-Pues le agradecemos mucho, padre Felipe de Jesús, el próximo domingo lo volveremos a molestar.
-No es ninguna molestia, hijos míos, vayan con Dios.

El padre Felipe de Jesús despidió a los cuatro fieles, hincados frente a él, con la bendición.

Al domingo siguiente, después de misa, el padre Felipe de Jesús recibió en privado a los cuatro fieles católicos en su oficina privada para darles toda su anuencia prometiéndoles interceder por ellos ante la voluntad de Dios y de los funcionarios gubernamentales del partido conservador.

-Pues ¿qué le parece, don Ulises?, yo creo que deberíamos apoyar a estos jóvenes, son muy destacados alumnos de nuestra universidad, además pertenecen a las mejores familias del Estado, ¿no le parece que deberíamos ayudarles?

-Su palabra es sagrada, padre Felipe de Jesús, créame que hoy mismo, es más, al ratito, mando llamar al jefe de seguridad de mi gobierno, no importa que sea domingo, para darle instrucciones. No dude que mañana mismo esa india será desalojada de la plaza, pues ante todo debemos respetar la ley, para eso fuimos elegidos por el pueblo.

La mañana del lunes, mientras los muchachos asistían a la escuela rural, más de diez policías allanaron el puesto de doña Petrona y, sin orden alguna la sacaron por la fuerza, la ataron de manos, tiraron el puesto y la subieron con todo y comida a una patrulla. La comida se la repartieron los policías y a doña Petrona la encerraron acusada de “secuestrar” ella sola, durante varias horas, a cuatro fornidos policías totalmente armados en el momento en que éstos intentaban hacer cumplir la ley.

A las doce en punto sonó la chicharra de salida de la escuela. Los cinco trotamundos se reunieron, como siempre, con el entusiasmo de ayudar a su adorada abuela en el puesto, pero cuál sería su sorpresa al ver el puesto destruido y no encontrar a doña Petrona.

¡Abuelita!, ¡abuelita!, ¿qué le pasó a la abuelita? –preguntaban desesperados los muchachos a los dueños de los puestos vecinos-. Tres hombres y una mujer, ya maduros, salieron de sus respectivos puestos y en actitud comprensiva y solidaria les explicaron con todo detalle lo que había sucedido, para posteriormente ofrecerles todo su apoyo.

-Pus sí, muchachos, jueron esos malditos polecías lus qui si llevaron a doña Pitrona, piro ya doña Lupita, doña Simona y el siñor Maclovio fueron desdi hace rato a dar aviso a la ONG, esa qui siempri li ayuda disdi qui le desaparicieron a su nietecito Pablo, tal vez ya no tarden muncho.

Lejos de tranquilizarse, los muchachos, abrazados, no dejaban de llorar con desesperación. ¡Abuela, abuelita!
Los cinco muchachos se dirigieron inconsolables a una de las bancas de la plaza en donde se sentaron apretadamente, con la mirada perdida en el infinito, tal vez pensando en la desgraciada vida que a ellos, aún tan jóvenes, les había deparado el destino. ¿El “destino”, o la desigualdad social, la injusticia y la hipocresía de las clases dominantes, que les había tocado vivir por circunstancias históricas y políticas? ¿De veras Dios era tan injusto, tan insensible, o eran los mismos hombres quienes habían hecho de este mundo, el cielo para los ricos y el infierno para los pobres?

Unas horas después llegó el licenciado Martín y saludó a los muchachos. –Ya les habrán dicho lo que pasó, me supongo. –Sí, dijo Galpa, ¿cómo esta la abuelita? –preguntó profundamente desmoralizado-.
–Ella está bien, por fortuna no está golpeada ni nada de eso, el problema es que está encerrada, no sabemos por cuánto tiempo, pero yo me voy a encargar de su defensa. En cuanto a ustedes, según me acaban de informar los de los otros puestos, doña Simona se va a hacer cargo de cuidarlos en la casa de doña Petrona. Don Maclovio, su esposo, les va a estar llevando de comer todos los días. Para la comida se van a cooperar los puestos de aquí de la plaza, pues doña Petrona es muy querida por todos. Pero todo esto lo vamos a mantener con mucha discreción, o sea, que ustedes no deben contar nada a nadie, pues se los pueden llevar nuevamente al DIF.

-¡Ay, no!, al DIF no –dijo Bruti espantado-, ¡ahí voy a derper hasta el toquin!

-No te preocupes, mi niño, vamos a hacer todo lo posible por que eso no suceda. Lo que sí les recomiendo es que sigan yendo a la escuela como si nada, no cuenten nada a nadie, ni a sus maestros ni a sus mejores amigos y ¡Ah!, no vengan para nada a la ciudad.

-¿Y entonces no vamos a poder visitar a la abuelita? –preguntó Porfi angustiado-.
-No. No es conveniente que los vean. Van a tener que quedarse encerraditos en la casa de doña Petrona que ya es su casa, sólo pueden salir para ir a la escuela, pero saliendo tienen que regresar. No salgan de la casa por ningún motivo, si alguien toca la puerta no abran ustedes, dejen que lo haga doña Simona. Como ustedes son cinco y según tengo entendido se ven como hermanos, pues jueguen entre ustedes, hagan sus tareas juntos, en fin, convivan lo más que puedan, pero no inviten a ningún amigo ni acepten ninguna invitación fuera de la casa hasta que tengamos mejores noticias, ¿entendido?
-Pos sí licenciado, así lo vamos a hacer –dijo Luca un tanto agobiado- lo que más nos importa es nuestra abuelita.

Tuvieron que transcurrir casi tres meses para que a Doña Petrona le dieran libertad condicional bajo una fianza de casi tres mil pesos, mismos que se reunieron gracias a la cooperación solidaria de los demás “puesteros” de la plaza. Todo ello gracias a las gestiones que el licenciado Martín realizó en representación de la ONG. Sin embargo, al parecer, también habrían contribuido ciertas maniobras en lo “oscurito”.

-Pues ya le expliqué, doña Petrona. Usted decide. Si le dicta sus recetas aquí al señor y después de probarlas resultan auténticas, le garantizo que en pocos días saldrá libre. ¿Qué dice?

Para doña Petrona nada importaba más que seguir luchando por encontrar a su nieto Pablo y por seguir cuidando a sus nuevos cinco nietos, los trotamundos, a quienes ya extrañaba y deseaba volver a ver con todo su amor. Si el tener que transmitir sus famosas recetas al chef recomendado por el párroco, el padre Felipe de Jesús, a petición de cuatro jóvenes descendientes de las más rancias familias de abolengo del Estado, además de pagar la fianza solicitada, podría significar su libertad -aunque fuese condicional- lo que implicaba reconocer su culpabilidad por la ridícula acusación de secuestro. Pero ¡qué más importaba! Volver a ver a sus nuevos y queridos nietos valía para ella mucho más que cualquier otra cosa.

Como muestra de lealtad y de fe cristianas, los cuatro jóvenes expresaron su más ferviente agradecimiento al padre Felipe de Jesús por haber intercedido en sus ambiciones meramente terrenales y por demás egoístas.

-Para eso estamos los ministros de Dios, amados hijos, para hacer justicia a quienes lo merecen por ayudar a la iglesia con sus generosas limosnas. Seguramente van a tener gran éxito, pues al parecer esta es, ni más ni menos, la voluntad de Dios.

La libertad condicional de doña Petrona le impedía volver a abrir su puesto. A los pocos días se inauguró frente a la plaza, el lujoso restaurante “Doña Petrona”. “Pruebe sus exquisitos y famosos platillos”.

No había pasado media semana cuando un bien trajeado ciudadano que salía de misa en la catedral, en el instante de abordar su camioneta de lujo, fue interceptado por un intrépido policía quien llamó por radio a una Patrulla. Cuando el “fino caballero” fue cateado se le encontraron dentro de su lujosa camioneta varios kilos de droga. Pero ¡oh!, sorpresa, el presunto delincuente era un diputado. Gracias al fuero del que gozan los políticos, dicho individuo fue inmediatamente liberado.

El honrado policía que se atrevió a detenerlo fue cesado de manera definitiva dejándolo en el total desempleo. Sin embargo, tenía un buen entrenamiento como policía. ¿Podría seguir usando sus conocimientos y su entrenamiento para los fines e intereses contrarios a la institución que lo había despedido injustamente, sin más ni más, tan sólo por haber actuado en contra de los intereses particulares de un diputado perteneciente a la clase social dominante? No lo pensó dos veces. De inmediato se contrató con el bando contrario, el narcotráfico, con el doble de sueldo. ¿Tenía otra alternativa? Si la policía estatal lo despidió de su trabajo por haber actuado honestamente, ¿qué podría esperar?

Doña Petrona, ya en libertad, tenía que permanecer prácticamente encarcelada en su propia casa. Lo que la animaba a seguir viviendo era la compañía de sus nietos, los trotamundos. Aunque sus antiguos compañeros de plaza les seguían ayudando enviándoles con don Maclovio la comida sobrante de sus respectivos puestos, ella no podía seguir aceptando tal condición simplemente por dignidad, pero tampoco, de ninguna manera, quería distraer la educación de sus nietos, si bien éstos tuvieron que suspender sus excursiones mensuales al campo.
-Cumpañeros… -dijo Maclovio-, crio qui ista is la primera ucasión, qui yo ricuerde, in qui nosotros los puesteros nus riunimos in eso qui llaman “asamblea”. Hoy is muy impurtanti lu qui vamus a tratar, pus si trata di doña Pitrona y sus nuevos nietus, qui es lo único qui tiene in la vida, pus todos ricordamos cuando mataron a sus tres hijos, a su nuera y disaparicieron a su nieto Pablo, qui tanto queríamus pur simpático, ¿lo ricuerdan?
-¡Sí, claro!, contestaron a coro. -¡también sus nuevos nietos son muy simpáticos!, gritó por ahí una niña de escasos 12 años causando la risa y algunos aplausos del público reunido.
-Pus güeno –retomó la palabra Maclovio-, nus hemos riunido pur las constantis injusticias que ha sufrido doña Pitrona, a quien todos nusotros apriciamos y conocemos disdi hace más di 20 años.
-¡Si, si!, no es justo lo qui li están haciendo a doña Pitrona, contestaban los asistentes.
-Pero piensen, cumpañeros, lo qui hoy han hecho con doña Pitrona, mañana nos lu puedin hacer a cualquiera di nosotrus, si no es qui a todus. Si hoy nus dejamos, mañana lo van a sufrir nuestrus hijus y nietus.
-Usté tiene razón, don Maclovio, ¿pero quí pudemos hacer?
-Pus, por lo pronto no dijar qui a doña Pitrona le prohíban abrir di nuevo su puesto y para eso divemos hacer un sacrificio; il próximo domingo no abriremos ningún puesto y marcharemos hasta la alcaldía como li hicieron los maistros haci cuatro años, pero expliquemos a nuestros clientes lo qui istá sucediendo, qui vean el nuevo ristaurán con il nombre di doña Pitrona y explicarlis qui eso es un vil robo, qui ella estuvo in la cárcel y que si unan a nosotros.
-¡Mi pareci muy bien! -dijo uno de los locatarios-, piro creo qui mijor deberíamos imprimir volantes qui expliquen todo iso, yo mi comprometo a mandarlos hacer mañana mesmo y ya dispués nus cooperamos di a como nus toque.
-¡Sí, sí!, aclamaron unánimemente.
-¡Solidaridad!, grito desde el micrófono Maclovio extendiendo su puño derecho.
-¡Solidaridad!, ¡solidaridad!, ¡solidaridad!, siguieron gritando los puesteros mientras salían de la plaza ya entrada la noche. Mientras tanto, decenas de patrullas y camionetas de la policía local mantenían rodeada la plaza a la expectativa de cualquier orden superior; por fortuna todo sucedió en calma y los placeros, en compañía de sus familias, pudieron regresar a sus hogares sanos y salvos, pero no todo seguiría igual.
…..CONTINUARÁ

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