jueves, 1 de abril de 2010

SINOPSIS

Por medio de tráfico de influencias, los cuatro pirruris, con la intermediación del párroco Felipe de Jesús, logran destruir el puesto de doña Petrona y encarcelarla bajo la ridícula acusación de “secuestro”, ella sola, nada menos que de cuatro fornidos policías armados hasta los dientes.

La acción de los cuatro pirruris obedecía ni más ni menos que a la ambición de apropiarse de la fama y el nombre de doña Petrona con el respaldo del párroco Felipe de Jesús, quien se presta solícitamente en razón de seguir contando con las espléndidas limosnas proporcionadas por sus fieles seguidores, las pudientes familias de los jóvenes susodichos.

Mientras los muchachos trotamundos, desolados, no atinaban qué tenía que proceder, doña Petrona obtuvo su libertad condicionada a no reabrir su puesto y donar gratuitamente a los cuatro pirruris su fama y su nombre para que éstos pudieran abrir un restaurante de lujo mediante el plagio.

Los puesteros de la plaza, por su parte, empiezan a organizarse por iniciativa de don Maclovio, parte para salvar a doña Petrona y sus nietos –los trotamundos- y parte para no ser víctimas de algo similar. Ellos, después de todo, formaban una colectividad con intereses similares, ¿por qué no unirse para luchar por sus legítimos derechos al trabajo? Eso se llama solidaridad, un Principio, Valor, habilidad sicosocial -o como se le quiera llamar- del Movimiento Quetz-Al de Escultismo alternativo: “ser solidario con el desvalido”.


CAPÍTULO XI

EL DESAFÍO

-¡El pueblo, unido, jamás será vencido! ¡El pueblo, unido, jamás será vencido! ¡Doña Petrona, doña Petrona, estaremos siempre contigo!

No sólo los puesteros de la plaza marchaban desde allí hasta la alcaldía de la ciudad ese domingo, los acompañaban varios cientos de sus clientes frecuentes con lo que sumaban un contingente bastante importante. Como era domingo, la alcaldía estaba cerrada y el alcalde, don Ulises, se encontraba fuera de la ciudad. No obstante, la presión no dejaba de ser fuerte y de considerable importancia, tal que el alcalde no podría hacer caso omiso.

Una vez en el pórtico de la alcaldía hubo dos que tres discursos por quienes quisieron tomar espontáneamente la palabra, pero dando información apegada a la realidad, lo que despertó mucha indignación por parte de los asistentes al mitin y de los curiosos que se iban agregando poco a poco. Al final dejaron mantas en las paredes y en la entrada pidiendo clausurar el nuevo restaurante y permitir a doña Petrona el retorno a su habitual trabajo.

En todo momento, desde la partida de la marcha en la plaza de Santo Domingo hasta la alcaldía, se mantuvo un fuerte operativo no sólo policíaco, sino hasta militar (lo que viola nuestra Constitución). Había franco-tiradores apostados en las azoteas y militares que captaban fotos con el fin de identificar a los asistentes, entre ellos el licenciado Martín.

A los muchachos, el licenciado Martín les aconsejó no asistir y permanecer todo el domingo encerrados en la casa de doña Petrona, en un pueblo contiguo a la ciudad, lo que de muy mala gana tuvieron que obedecer, tal vez por su seguridad. No hubo, sin embargo, ningún incidente a lo largo de todo el acto de protesta.

El padre Felipe de Jesús no mencionó una sola palabra al respecto durante su sermón dominical, sin embargo varios de sus fieles notaron y hasta comentaron que se le notaba una actitud tensa, de mucha preocupación. ¿Qué era lo que más le habría preocupado? ¿La causa de doña Petrona, víctima de la injusticia? ¿El riesgo de perder las regalías de agradecimiento que le corresponderían por interceder a favor de la apertura del nuevo restaurante? ¿El que todo el macabro plan en el que él mismo estaba involucrado se pusiera al descubierto? Esto último –se decía a sí mismo- es difícil, pues el mismo don Ulises está involucrado hasta los calzones.

Ya en la sacristía, luego de oficiar la misa, mientras un acólito preadolescente le ayudaba a retirarse su indumentaria ceremonial, lo llevó a su privado para continuar los actos de “purificación espiritual” que domingo a domingo le practicaba totalmente a solas.

Después del sagrado ritual en que el muchachito salía del privado terminándose de vestir, el padre Felipe de Jesús no podía quitar de su mente la pregunta con respecto al recién inaugurado restaurante: ¿Quién carajos podría ser nuestro mayor enemigo? Como golpe de rayo un nombre se le develó en el cerebro casi como de milagro: Licenciado Martín.

-¿Licenciado Martín?, ¿lo conozco?, me suena… me suena…, pero ¿quién es ese tal licenciado Martín? ¡Ah!, ya recuerdo, es ese defensor de delincuentes de una ONG. ¡Malditas ONGs!, ojalá se vayan al infierno.

Pasó casi una semana y los puesteros no tenían aún ninguna respuesta por parte del alcalde, así que convocaron a una segunda movilización para el siguiente domingo, pero dos días antes, el viernes, dos personas acudieron al puesto de don Maclovio y doña Simona solicitando un tiempecito para platicar.

-Miren, señores, nuestro actual alcalde no quiere un Movimiento similar al que se dio hace cuatro años con los maestros, así que nos envía para ofrecerles lo que ustedes pidan con tal de suspender su marcha del domingo.
-Pus mire, lo qui nosotros quiremos is qui dejen a doña Pitrona volver a trabajar aquí in la plaza como antis, piro para ello ustidis tienen la obligación de volver a construir su puesto, pues ustidis lo destruyeron.
-Ehhh, creo que no me entendió, don Maclovio, me refiero a qué es lo que ustedes, usted personalmente y su esposa. quisieran que les demos para que se suspendan todas estas movilizaciones que seguramente ya tienen planeadas.
-Ya si lu dije claraminti, construyan nuevaminti il puesto di duña Pitrona para qui ella vuelva a trabajar y di una viz si lu digo, ni crea qui nus va a comprar con dinero, quiremos hechos, nuestra lucha is para doña Pitrona, ni crian qui nus van a cumprar.
-Me temo que no será posible reconstruir el puesto, don Maclovio, pero está bien, podríamos llegar a otro acuerdo.
-¿Cuál acuirdu?
-Quizá podríamos dejar a doña Petrona que vuelva a vender, pero no le reconstruimos su puesto, eso lo tendrá que hacer ella misma.
-Déjimi platicar con mi isposa cinco minutos y ahorita li risuelvo.

Pasados cinco minutos… -histá bien, siñor, dejen trabajar a doña Pitrona, es lu qui más nus importa, lu dil puesto ya lu virimos, is lu di menus.

Esa misma noche se reunieron en asamblea y concluyeron que por lo pronto tal vez no quedaba de otra, abría que negociar mientras todo fuera a plena luz, nada en lo oscurito. Los placeros en su totalidad acordaron aportar lo necesario, a partes iguales, para reconstruir el puesto de doña Petrona. Lo verdaderamente importante, al final de cuentas, era mostrar su unidad ante la autoridad, era mostrar a la autoridad que no estaban solos, era mostrar a la autoridad que aunque pobres, también eran fuertes. La asamblea culminó con la consigna: ¡el pueblo, unido, jamás será vencido! ¡El pueblo, unido, jamás será vencido! ¡Doña Petrona, doña Petrona, estaremos siempre contigo!

Lástima que nuestros muchachos, los trotamudos, no pudieron estar presentes. De estarlo se hubieran sentido plenamente orgullosos de su abuela y de su clase, una nueva clase proletaria de autoempleo, una nueva clase proletaria que no sirve a ningún patrón, una nueva clase proletaria autónoma que trabaja organizadamente en colectividad, ¡nada de empresarios explotadores si podemos organizar empresas comunitarias!: “uno para todos, todos para uno”.

El nuevo restaurante de lujo no tuvo el éxito que se esperaba, no obstante la brillante licenciatura en mercadotecnia de Hillary, pues los “famosos antojitos oaxaqueños de doña Petrona” no resultaron tan buenos pese al chef graduado en universidades europeas. La clientela habitual de la auténtica doña Petrona no podía pagar, por supuesto, los exorbitantes precios del restaurante de lujo que injustamente llevaba su nombre. Quienes tenían las posibilidades económicas de consumir en dicho restaurante no quedaron plenamente satisfechos con la calidad gastronómica que se les ofrecía. El chef profesional graduado en Paris y Madrid no le llegaba ni a los talones a la sazón ancestralmente heredada de los ascendientes indígenas de doña Petrona.

LA VENGANZA

Era un domingo tranquilo, las familias paseaban por las céntricas plazas de la ciudad sin preocupación alguna. La abuela decidió descansar tranquilamente en su casa mientras los trotamundos decidieron excursionar a un lugar llamado “Hierve el Agua”, un fantástico rincón de la sierra oaxaqueña en donde se encuentran unas magníficas cascadas petrificadas, algo único en el mundo.



La vida en el centro de la ciudad se sentía tranquila cuado, de repente, comenzaron a oírse ráfagas de AK-45. La gente, atemorizada, corrió a refugiarse donde pudo. En la refriega resultaron muertos una familia compuesta por padre, madre y dos hijos menores, de aproximadamente ocho y diez años respectivamente, así como dos muchachos, uno de 13 y otro de 14 años. Otras personas más resultaron heridas. Todos ellos eran civiles que paseaban tranquila y confiadamente por el jardín central de la ciudad cuando de pronto, sin deberla ni temerla, fueron masacrados en un “fuego cruzado”, según eso por enfrentamiento entre dos bandas enemigas de “sicarios”. Lo raro es que no hubo ninguna víctima por parte de las mentadas bandas y sus integrantes pudieron escapar tranquilamente en sus respectivos vehículos sin que la policía ni los soldados que patrullaban la ciudad hicieran el menor intento de detenerlos.

Unas horas después se informaba de la masacre en los medios locales de comunicación diciendo que la familia caída eran colaboradores del crimen organizado y que los dos preadolescentes que deambulaban por ahí y que fueron acribillados eran “informantes” de narcotraficantes. Tanto a la familia masacrada como a los dos niños se les “encontraron” armas de alto poder de uso exclusivo del ejército así como varios kilos de droga.

La familia asesinada era nada menos que el licenciado Martín, su esposa y sus dos hijos y los dos chavos, también asesinados, eran indígenas compañeros de escuela de los trotamundos. El gobierno anunciaba con bombo y platillo, al día siguiente, en los periódicos y la televisión ¡Un triunfo más del exitoso combate contra el crimen organizado!

En su siguiente sermón dominical, el padre Felipe de Jesús alabó la heroica labor del ejército, la policía y del gobierno en su lucha en contra del narcotráfico, pero no desaprovechó la oportunidad para publicitar el nuevo restaurante. Una vez dada la bendición a los feligreses se retiró a su despacho privado, como siempre, acompañado por uno de sus acólitos preadolescentes preferidos con el fin de practicar su acostumbrado ritual de purificación espiritual en absoluta discreción, en estricta obediencia a las sagradas enseñanzas del santo fundador de su cristiana legión.

-Pues con la mala noticia, doña Petrona, tal vez ya se habrá enterado de lo sucedido ayer en el jardín central –informaba una empleada de la ONG en la que había estado laborando el licenciado Martín-.
-Y ahura ¿quí voy a hacer? Pregunto doña Petrona desconsolada.
-No se preocupe –dijo la empleada-, vamos a asignar a otro de nuestros abogados para que siga llevando su caso.
-¡Ay, quí disgracia!, -exclamó doña Petrona- ¡quién si habría di imaginar qui una disgracia así acabaría cun la vida nu sulu dil licenciado Martín, sinu di tuda su familia: su isposa y sus dus hijitos. Y todu a lu mijor por istarme difendiendo, ¡qué digracia!
-No, no, doña Petrona, no se culpe, es nuestra obligación luchar por los Derechos Humanos y tenemos que afrontar ese tipo de riesgos, de ninguna manera es su culpa y le garanrizo que la seguiremos apoyando, pese a todo.
-¡Ay, siñorita!, nu sabe quí disgraciada mi siento!, yo li tenía muncho aprecio al licenciado, ya hasta lu veía como a un hijo.

Doña Petrona, por fin, pudo reabrir su puesto gracias a la solidaridad de los demás puesteros.
-Ora sí que estamos bien aburridos, abuelita, ¿ya podemos ir mañana a ayudarte?
-Pus yu criu qui sí, mañana si mi van a la iscuela como siempre y aluego si van al puesto a ayudarmi.
-¡Bravo!, gritaron los trotamundos.
-Manaña yo me engarco de valar los tastres, abuelita, dijo Bruti saltando de contento.

Después de la labor de reconstrucción del puesto de doña Petrona por cuenta de todos los puesteros de la plaza en señal de solidaridad, la ya famosa abuela reanuda su oferta de ricos platillos con una concurrencia mayor a la habitual, pues la mayoría de sus habituales clientes se mantuvieron al tanto de los acontecimientos en contra de la doña más querida del rumbo; muchos de ellos, incluso, marcharon en favor de su reinstalación en el mercado de la plaza.

¿Era el licenciado Martín, junto con su familia –esposa y dos hijos menores- colaborador del crimen organizado? ¿Eran los dos preadolescentes indígenas, compañeros de los trotamundos en la escuela rural, “informantes” del narcotráfico? ¿Era la tremenda desesperación de un gobierno inútil que para justificar sus rotundos fracasos no le quedaba de otra más que inventar “culpables” entre personas inocentes? ¿Se trataba acaso de una venganza y a la vez de una advertencia de desalojo a los puesteros de la plaza? ¿Qué les espera ahora a los trotamundos?

No te dierpas el guisiente catípulo (como diría Bruti).


CONTINUARÁ…

1 comentario:

  1. vientos hector que chingona esta la pagina apenas voy a leerlo hay luego te mando mis comentarios va. ATT EL PICOS ( ARMANDO)

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