lunes, 19 de abril de 2010

trotamundos cap. XII

TROTAMUNDOS XII
Lince Hambriento

SINOPSIS

Un domingo los puesteros de la plaza acompañados por muchos de sus clientes habituales realizan una marcha hasta la alcaldía en solidaridad con doña Petrona pese al imponente operativo policíaco-militar con el fin de generar miedo entre los manifestantes, no obstante ello la manifestación tuvo éxito.

Se pone de manifiesto tanto las inclinaciones pederastas del padre Felipe de Jesús (Lujuria) como sus ambiciones de dinero y poder (Avaricia), mas su avaricia llega tan lejos que nos queda la sospecha de su participación en el asesinato del licenciado Martín, su familia y de pasada dos preadolescentes indígenas.

Toda la gente del pueblo aledaño a la capital además de los clientes habituales de los puestos de la plaza conocían muy bien a doña Petrona y y su relación con la la ONG que en este caso particular estaba representada por el licenciado Martín. Las circunstancias obligaron a que dos intermediarios intentaran simular que el gobierno estaría dispuesto a dialogar y negociar con doña Petrona para así evitar un conflicto mayor apostando a la desmemoria del populacho, pero la perspicacia de doña Simona y de don Maclovio, su esposo, les evitó caer en la trampa, lo que permitió la reconstrucción y reapertura del puesto de doña Petrona gracias a la solidaridad de los puesteros y sus clientes.


CAPÍTULO XII

-Oye –preguntó Galpa a uno de sus compañeros de escuela- ¿Y pa qué chingaos sirven tantas computadoras y pizarrones electrónicos si ni siquiera hay luz?
-Pus quién sabe –contestó el compañero- las trajieron antis qui yo intrara a liscuela, mi hirmano Pepe istaba crio quin tercero, ya tiene como 18 años y si jué a trabajar al otru lado, con lus gringos; cuando yo intré a primero ya istaban, pero nunca las imus usado, ni sé comu siusan.
-¿Ni los pizarrones?
-Nooo, tampoco, ya vez quil maistro usa el di gis.

Galpa no quedó satisfecho con la respuesta de su compañero, así que lo comentó con Luca y ambos acordaron preguntar al profesor.
-¡Mmm!, muchachos, todo este equipo lo trajeron hace siete años y desde entonces no lo hemos podido usar, porque, como ven, no tenemos luz, ¡vaya!, ¡si ni siquiera tenemos agua para los baños! Ya hasta ni han de servir.
-¡Hijole! -dijo Luca-, ¡cuánta lanísima desperdiciada!
-No te creas, hijo, toda esa lana se quedó en el bolsillo del anterior presidente, todos sabemos que él y su esposa hicieron un gran negocio con el inventor de estas maquinitas, así que todo quedó “en familia”.
-¡Pos qué jijos de su reverenda! -maldijo Galpa con los puños apretados y lleno de coraje- y tanta gente tan pobre, hasta más que nosotros.
-Así es, muchacho, pero qué quieres, los mexicanos somos bien dejados.
-Pos yo y mis cuatro hermanos algún día haremos algo.
-Eso espero, muchacho, eso espero. ¿Cómo dices que te apodan?
-A mi, Galpatrafo y a mi hermano Mariano Luciferno.
-Pero según sé ninguno de ustedes cinco son realmente hermanos, ¿por qué estuvieron primero en el tutelar y luego en el DIF?

Galpa y Luca, con el poco tiempo que tenían yendo a la escuela empezaban a confiar en su profesor, así que le contaron toda la historia de su encuentro desde que eran niños de la calle por los rumbos de Iztapalapa en la ciudad de México y cómo y por qué decidieron viajar a Oaxaca gracias a Porfidio, su compañero de tercero.

-¡Vaya!, ¿así que..?, la mera verdad me dejan sorprendido, créanme que nunca en mi vida, no sólo de profesor, sino en toda mi vida, nunca me había encontrado con un caso así, ustedes sí que son un caso muy especial.

Galpa y Luca se vieron entre sí sin entender del todo lo que el profesor trataba de decirles, ellos simple y sencillamente estaban viviendo sus circunstancias y sólo estaban tratando de subsistir sin compararse con otros, sin embargo Galpa, a sus 16, casi 17 años ya empezaba a ver la vida desde otro ángulo, el de la desigualdad, el de la injusticia; no bien lo entendía en toda su dimensión, pero al enterarse del asunto de las computadoras y los pizarrones electrónicos sintió por primera vez indignación por el abuso de poder, aunque no lo llamara con ese nombre. Los atropellos que anteriormente había vivido en carne propia los sentía como agresiones a su propia persona, pero ahora por primera vez se ponía en el lugar del otro y se indignaba por el sufrimiento de los demás –fuera de su persona-, ¿qué empezaba a suceder en la mente de Galpa?, ¿simple lástima?, ¿caridad?, ¿indignación?, ¿pensamiento crítico?, ¿sentimiento de solidaridad?

Galpa estaba en el umbral de la adolescencia, la verdadera adolescencia que no comienza antes de los 16 años, pues a partir del inicio de la pubertad –entre 11 y 13- hasta los 16, es el período de preadolescencia, un período con restos un tanto cuanto egocéntricos si bien ya se presenta la noción de pertenencia a un grupo dentro de su proceso de maduración psicológica. No es sino hasta después de los 16 cuando la o el joven adquieren la potencialidad de cuestionar su realidad no sólo desde su punto de vista particular, sino desde el punto de vista del otro, o sea, ya puede verse con cierta claridad en el espejo del otro, ponerse en su lugar, ponerse en sus zapatos como quien dice, pero todo dependiendo de sus circunstancias de vida: un pirruris al que nada le falta, al contrario, le sobra, seguramente nunca, en toda su vida, logre verse en el otro, pero alguien como Galpa, con tantas carencias no sólo económicas sino afectivas (cariño) a quien la vida colocó frente a una responsabilidad prematura para su edad: ver por sus cuatro hermanos, no de sangre, sino de afecto, seguramente estará en mejores condiciones de desarrollar ese sentido de solidaridad, de otredad. Galpa realmente se sentía responsable por lo que pudiera suceder a Poncho, Bruti, Porfi y Luca, sobre todo porque sabía que contaba con el apoyo de este último, por eso eran Guía y Sub-guía respectivamente.

En la escuela…

-Oiga maestro, ¿y por qué le dicen el Sinaloa?
-¿No ven?, contestó mostrándoles el muñón amputado de su brazo izquerdo.
-¡Ah!, ¿y qué le pasó?
En ese momento sonó la campana que anunciaba el fin del recreo.
-Ya se los contaré en otra ocasión, por lo pronto debemos entrar nuevamente a clase.

Entre tanto…

El padre Felipe de Jesús y los cuatro pirruris no estaban del todo conformes con los resultados de sus negocios, pese al asesinato del licenciado Martín y su familia y del asesinato de los dos niños indígenas por el supuesto y muy cuestionado “fuego cruzado” entre dos bandas de supuestos sicarios. A los niños indígenas las autoridades trataron de acusarlos de “informantes” al servicio del narcotráfico sin tener ninguna prueba, pero la verdad no eran más que dos inocentes criaturas que aprovechaban su día de descanso para pasear, pero claro, al fin que no eran más que un par de niños indígenas.

-Ya llegamos, abuelita, ¿qué tal te ha ido?
-¡Buenísimo, hijitus!, ¡crio qui mijor qui nunca!, hoy he tinido muncha muncha gente qui vieni a saludarmi y de pasadita mi pide algu di comer, he vindido comu nunca.
-¡Ah!, ps qué bueno que ya llegamos para poderte ayudar,
-Y ahurita in la tarde y la nuche yo criu qui va a vinir muncho más genti.

Y así fue, los últimos acontecimientos dieron tanta fama a doña Petrona que la clientela comenzó a aumentar, no sólo para la abuela, sino para todos los puesteros de la plaza que solidariamente la habían estado apoyando. Todos estaban contentos menos los dueños del nuevo restaurante de lujo que plajiariamente llevaba su nombre: “Doña Petrona”. Sus exorbitantes precios no atraían para nada a la gente del pueblo y la gente de la clase high preferían los restaurantes que ofrecían platillos franceses, españoles o italianos y despreciaban la cocina oaxaqueña. ¡Es comida de indios!, decían despectivamente.

Era casi media noche cuando los puestos populares de plaza cerraron casi al mismo tiempo.

-¡A jijus!, ¡pus hora sí qui vendimos un chingo!, ¡comu nunca!, dijo uno de los puesteros vecinos.
-¡Pus, si, mi cai, ujalá qui así siga!
-Pus yu crio qui sí –dijo don Maclovio- todu isto si lu dibimos riconucer a doña Pitrona por su Valentía y al licinciado qui sacrificó su vida cun tudu y su familia por la justicia sin olvidar la muerti di dos niñus inucentis di nuestra comunidad.
-Así es –dijeron los demás- tinemos qui siguir unidos, purque si nó nus va a llevar la frigada.

-A vir, Porfi –le dijo la abuela Petrona- ya ti diji qui tú vas a sir mi cuntador, así qui ti cumpré esta libreta pa qui llivis las cuentas dil puesto, pus di aquí tinimus qui vivir lus seis: ustedes cinco y yo.

Porfidio no sabía si reír o llorar, ¿sabriá, a sus 13 años, cómo llevar una contabilidad comercial? Él llevaba, es cierto, el libro de la tesorería de la Patrulla que, por cierto, ya tenía un saldo en ceros dadas las circunstancias por las que habían tenido que pasar, pero ¿sería capaz de llevar la contabilidad del puesto? Rayó la libreta tal como lo había hecho cuando se hizo cargo de la tesorería de la Patrulla Trotamundos (Cap. III) e hizo lo que pudo, que no estuvo nada mal, pues mencionaba fecha, ingresos, concepto, egresos, concepto, saldo anterior y saldo actual. En pocos días vieron con sorpresa que sus saldos iban a la alza de manera sorprendente. Nunca antes doña Petrona había obtenido tanta ganancia, los cinco muchachos “trotamundos” y la queridísima abuela estaban empezando a vivir una época de verdadero auge, no sólo económico, sino también afectivo; nunca antes nuestros cinco héroes trotamundos habían tenido la oportunidad de convivir como una familia verdaderamente integrada.

Nuevamente en la escuela

-Oiga maestro, el otro día nos iba a contar cómo es que perdió su brazo izquierdo -preguntaron Galpa y Luca-.
-¡Ah, sí!, como ustedes no son de aquí tal vez no sepan que hace cuatro años los maestros hicimos un movimiento de protesta.
-Si, claro que sabemos, pues en ese movimiento secuestraron al nieto de la abuela Petrona y desde entonces no ha vuelto a saber de él.
-Así es, muchachos, pues en ese movimiento no sé si la policía o los soldados lanzaron una granada que me explotó en el brazo, me lo tuvieron que amputar, por eso ahora los chavos de la escuela me dicen el “sin aloa”, o sea sin “ala”, sin brazo.
-¡Uta!, qué manchados.
-¡Vah!, eso me tiene sin cuidado, eso es parte de ser chavos.

A la salida de la escuela los cinco trotamundos salieron satisfechos de lo que habían aprendido ese día en sus respectivas clases y se dirigieron, como ya era su ritual cotidiano, al puesto de su abuelita Petrona a bordo del ya conocido camión guajolotero, cuyo chofer y su ayudante eran ya sus amigos.
-¡Ya están allí los trotas!, que era el nombre con que toda la comunidad los conocía. -¡Quiúbas, trotas!, súbanle que ya los está esperando su abue.
-¡Orale, Bruti!, no te ajendepes.
-¡Sí, si, guey, ya voy, nomás démaje busir la chomila!, ¡ya voy!
-¡Ay, estos trotas!, decía la gente del pueblo que ya los conocía y que llevaban el mismo rumbo. ¡Sun la alegría y felicidá di duña Petrona!
-No, pus sí, -dijo casi al oído una señora a la otra que venía en el mismo asiento-. Dispués del asesinato di sus dos hijus y de su nuera y de la disaparición di su nietecitu Pablo, si nu juera pur istus muchachitus ya si habría muerto di tristeza. ¿Piru dicen qui nu sun di aquí, verdá?
-Crio qui al qui li dicin Porfi sí is di la sierra mixe, lus otros cuatro parecin ser di México.
-Mmm, tonses no son hirmanus hirmanus, como quien dici di sangre?
-Pus yo crio qui no, no si parecen y el qui menus si parece es ese chico al qui li dicen Porfi, tiene tuditita la cara di mixteco.
-¿Sí, virdá?, piro si ve qui son güenos muchachitos.
-Sí, mi ñetecito lus quiere muncho, sobri todo a esi qui li dicen Bruti.
-Si, piro si nota qui sus hirmanitus lu train di incargo, jájá.

Pasadas las dos de la tarde los trotamundos llegan al puesto, la abuela Petrona ya los esperaba con riquísimos platillos de su especialidad que los chicos devoraron en unos cuantos minutos, en seguida se colgaron sus delantales y cada quien se ocupó de inmediato en sus respectivas labores: Luca como ayudante de cocina, Galpa y Poncho como meseros y Poncho y Bruti se turnaban el lavado de trastes y la invitación a los transeúntes a pasar al puesto. Era un verdadero trabajo de equipo.

Cerca de las diez de la noche cerraron el puesto. A diferencia de otros tiempos, doña Petrona era quien más temprano cerraba, pues no quería que sus nietos se desvelaran, ya que tenían que asistir por la mañana a la escuela. Eso no le preocupaba gran cosa desde el punto de vista económico, pues desde los últimos acontecimientos sus ventas, no sólo de doña Petrona, sino de los demás puestos, se habían incrementado inexplicablemente. No cabe duda que el pueblo menos afortunado -el “populacho”, como quien dice-, empezaba a adquirir algún grado de conciencia social que los impulsaba de alguna manera a solidarizarse, pues la clase popular ya estaba harta de tantas injusticias cometidas por las clases más ricas que tenían sometido al propio gobierno, al propio ejército, a la propia policía. El poder ya no estaba en manos del gobierno, ya lo había perdido desde hacía un buen, el verdadero poder estaba en manos de los empresarios más ricos del Estado con todo el apoyo del clero católico. Ahora el gobierno, el ejército, la policía, no eran más que sus viles sirvientes.

-¡Me cai que nos está yendo a toda madre!, dijo Galpa a los trotamundos. ¿Qué tal si le pedimos permiso a la abuela para otra excursión?
-¡Sí, sí!, contestaron al unísono, ya nos hace falta, ¿pero adónde iríamos?, a ver tú, Porfi, ya que eres de aquí, ¿qué recomiendas?
-¡Uf!, pos sí soy di aquí, pero no conozco nada juera de la hacienda en donde me tenían encerrado, ¿cómo quieren que sepa?
-No, ps sí, tienes razón, pero la abuela debe saber.

-¡ah!, qui güeno qui quieren salir –dijo la abuela-, piro ahura váyansi esti sábado, porque ya ven qui lus domingos tinemus muncho más trabajo qui antis.
-Sí, abue, para nosotros es igual, ¿pero de veras te podemos dejar?
-¡Claru, mis niñus!, así mi dejan descansar, antis di ustedes no descansaba ni un día, ahura gracias a ustedes ya puedo descansar aunque sia cada dus sábados.

-¿Y a dónde nos recomiendas, abuelita?

-¡Ah!, pus vayan a mi pueblo, si llama Ocotlán, di pasadita vayan a visitar a mi comadrita Irene, numás pregunten pur ella, allí tudu mundu la cunoci.

Efectivamente “todo mundo” (no sólo el pueblo de Ocotlán) la conoce no obstante ser internacionalmente famosa por sus artesanías. Se trataba de una persona sencilla, modesta y muy amable que recibió a los trotamundos con la mayor sencillez y sinceridad posible, puesto que se trataba, nada menos, que de los nietos de doña Petrona, su amiga íntima desde la infancia.

¿Qué tal les habrá ido en esta nueva excursión? No te pierdas el siguiente capítulo.

CONTINUARÁ…

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