martes, 29 de junio de 2010

Tlacuillo
Corazón de Niño/Quetz-Al
-FORMACIÓN DE AUTONOMÍA-
EHECATEPETL (cerro del viento)
TROTAMUNDOS XX
“EN EL UMBRAL DE LA ADOLESCENCIA FRENTE A LOS DERECHOS HUMANOS DE LOS NIÑOS DE LA CALLE”
Lince Hambriento


SINOPSIS

En el capítulo XIX, los trotamundos son nuevamente derrotados por la discriminación e hipocresía de las llamadas “clases decentes” y por la llegada del nuevo párroco quien, de manera prepotente, deshace de un plumazo todo el trabajo de tres meses emprendido por los muchachos con el apoyo del padre Gregorio, el anterior párroco de San Hipólito.

Los muchachos se ven obligados a abandonar la parroquia y recurren a don Manolo, un viejo discapacitado que en su adolescencia había perdido ambas piernas en un accidente en una mina del norte del país sin que le pagaran un solo centavo de indemnización.

Don Manolo, un hombre ya mayor, sin piernas, con muchos años de vivir de limosna en la plaza de San Fernando, advierte a los trotamundos sobre los peligros de ser “levantados” por la policía capitalina con fines de tráfico de personas.

La despedida entre don Manolo y los trotamundos fue muy emotiva y además significativa; don Manolo entendió muy bien la unión de los trotamundos como un verdadero equipo integrado: ¡uno para todos, todos para uno!, fue su despedida.


CAPÍTULO XX

Los Trotamundos se ven forzados a abandonar el templo de San Hipólito, en el Centro Histórico de la ciudad de México.

Sin ningún plan definido, nuestros cinco héroes abordan el Metro en la estación Hidalgo sin rumbo definido, llegan así al norte de la ciudad a un lugar llamado Indios Verdes, denominado así por la presencia de un monumento cuyas estatuas en bronce representan a unos indios prehispánicos en color verde opaco. Alrededor de la estación se encuentran decenas y decenas de puestos instalados en las banquetas que venden desde chicles hasta discos (DVDs.) “piratas”.

-¡Uta!, esto sí que está hasta la madre de repleto.
-Me cai que sí.
-¿Crees que aquí podamos hacer algo, güey? –preguntó Luca a Galpa.
-Ps´no sé, güey –contestó Galpa-, primero tenemos que ver qué onda, ¿no?
-¿Tons, qué hacemos “orita? –preguntó Bruti-.
-Ps, “orita-orita”, yo creo que tenemos que esperar aquí hasta que anochesca, En la noche ya veremos “ónde” quedarnos a dormir y, mañana… ps´a ver qué sale –dijo Galpa-.
-Yo ya “mi ando miando” –dijo Poncho.
-Te acompaño, -dijo Luca-.
-Lo acompañamos, -dijeron los demás-; “un mexicano nunca mea solo”.

Fácilmente encontraron un mingitorio público al que por tres pesos por cabeza pudieron entrar los cinco. Su “instinto” de conservación -¿o experiencia?- les decía que en medio de ese mundo tan hostil, ya conocido por ellos, por ningún motivo debían separarse. Estaban en lo correcto. ¿Cómo dejar a Poncho, de escasos nueve años, próximo a cumplir diez, ir solo a un mingitorio público en medio de un ambiente tan inseguro, sobre todo tratándose de un niño totalmente vulnerable y fácil presa del tráfico de menores? A lo mejor –muy probablemente- este razonamiento lógico no lo tenía ninguno de ellos –ni Galpa- tan concientemente elaborado, pero al menos tenían sentido común, un sentido común fincado en sus propias experiencias de manera individual y en sus experiencias de manera grupal: “uno para todos… todos para uno” o, como bien lo dijeron: “un mexicano nunca mea solo”.

Cayó la noche en medio del aire contaminado de humo y una mezcla de olores fétidos y de distintos aromas de la comida que se expendía en los puestos. Los últimos expendios de comida empezaron a cerrar hacia la una de la madrugada, poco después que la estación del Metro cerraba puntualmente. Los trotamundos pudieron cenar a su entero gusto gracias a los fondos que habían ahorrado con el comedor comunitario de San Hipólito.

-Con estas enchiladas quedé a toda madre.
-Ps, yo también.
-¿Y “ora” qué hacemos?
-Ps vamos a buscar “ónde” podemos dormir, ¿no?
-No, ps´sí.
Hacía frío y el único lugar más o menos agradable que pudieron encontrar fue el fondo de la escalinata que conduce al Metro. Allí se tendieron y por fortuna pasaron una noche tranquila, nadie los molestó hasta las seis de la mañana en que se abrieron las puertas para dejar pasar a cientos y miles de usuarios. La pregunta que se hacían y que para nada los dejaba tranquilos, sobre todo a Galpa y Luca, los principales responsables de la Patrulla, era ¿y ahora qué?

Lo importante era no separarse, pues “intuían” que su condición de menores en situación de calle los hacía fácil presa del crimen organizado, aunque no lo conocieran por ese nombre. Estudiaron estratégicamente los alrededores, lo cual les costó más de una semana. Finalmente decidieron acudir a un punto en donde varios vehículos entran y salen de Ecatepec a Pachuca y viceversa por la carretera federal. Allí había un crucero en el que podrían por lo menos limpiar parabrisas a los autos que se detenían en los semáforos. Pero las condiciones no les eran ajenas; para poder trabajar tenían que “mocharse” cada uno con una cuota para el “jefe” del crucero y otra para el policía, pero no les quedaba de otra, lo importante era trabajar sin tener que separarse. Esta nueva circunstancia los obligó a cambiar de lugar de vivienda; del Metro Indios Verdes, donde inicialmente habían llegado, a un puente cercano al crucero donde trabajaban. Vivir bajo un puente no les resultaba nada extraño, ya lo habían experimentado en Iztapalapa, el extremo sur de la ciudad. ¿Qué mas daba vivir bajo otro puente?

Las cosas no resultaron tan fáciles. Los trotamundos, una vez instalados en el puente a la entrada de Ecatepec, empezaron a ser blanco de todo tipo de agresiones. Los habitantes de las colonias aledañas se empezaron a quejar de su presencia por “afear” el lugar. ¿Cómo iban a permitir que un grupito de niños mugrosos de la calle invadieran la vía pública de esa manera? Al rato seguramente llegarían más y más, con lo que aumentaría la ya de por sí importante e incontrolable delincuencia juvenil en la zona. Grupos de colonos, principalmente comerciantes, empezaron a solicitar a las autoridades del municipio su desaparición. ¿Cómo? ¿Asesinándolos como lo hacen las brigadas de la muerte en Brasil en pro de la “limpieza social”? En Brasil asesinan a los niños de la calle porque “afean” la ciudad. En México trafican con niños de la calle con fines de esclavitud, prostitución infantil y donación de órganos, pues resulta más lucrativo que matarlos.

Muchos países, entre ellos México, han firmado tratados internacionales en los que se comprometen a actuar en defensa de los derechos humanos de los niños de la calle, pero todo es bla, bla, bla, pues en la


Realidad, ningún gobierno, mucho menos el ultraderechista mexicano, hace algo por estos niños, pese a los múltiples convenios y tratados internacionales que hipócritamente se han atrevido a firmar.

Esa noche los Trotamundos, una vez reunidos bajo el puente, se preguntaron unos a otros:
-¿Cuánto sacaste hoy?
-13 pesos en todo el día y le tuve que dar 10 pesos al “jefe”, sólo me quedaron tres. ¿Y tú?
-Igual, yo saqué 17 pesos, menos los 10 para el “jefe”, sólo me quedaron siete.
-Ta´cabrón, ¿no?
-Ps, sí, pero ¿Qué más podemos hacer?

-¡Hola!, se acerca un señor dirigiéndose a Porfi quien se encuentra solo bajo el puente.
-¡Hola!, contesta Porfi.
-¿Tienen ya varios días por aquí, no?
-Mmm, pues… como 15.
-Sí, más o menos, ya los he visto, ¿pero son varios, no?
-Mmm, cinco… somos cinco.
-¿De dónde vienen?
-Pss, del Metro.
-¿Indios Verdes?
-Ps, sí, creo que así se llama.
-¿Y qué hacen aquí?
-Ps, andamos trabajando.
-Mmm, ya veo, ¿y tú, por qué estás aquí solo?
-Me tocó cuidar las cosas –le señala con un movimiento de cabeza el grupo de cinco mochilas amontonadas al pié de uno de los pilares que sostenían el puente-.
-¡Ah!, ¿y tú cómo te llamas?
-Porfidio, me dicen Porfi.
-¿Y cuántos años tienes?
-Ps, como 13.
-¿Y cuándo cumples los 14?
-No me acuerdo.
-¿Sabes?, me gustaría platicar con los cinco, ¿a qué hora podría encontrarlos juntos?
-¡Uh!, ps´como a las 11 de la noche.
-Está bien, hoy vengo a esa hora.

Luego de “joderse” todo el día en el crucero limpiando parabrisas, medio comiendo con el poco dinero que les quedaba después de tener que pagar su obligado tributo cotidiano al policía de tránsito y al “jefe” del crucero, tan sólo por dejarlos trabajar, los muchachos regresan al puente, su nueva “casa”, no sin antes llevarle a Porfi dos tacos fríos de pancita. Porfi los pone al tanto de la visita recibida al medio día.

Poco más de media hora pasó para que el mismo señor que horas antes había visitado a Porfi se presentara ahora ante los cinco muchachos.

-Mi nombre es Prudencio Benavides, me dicen don Prude. Yo paso por aquí a diario y desde hace como 15 días los he visto debajo de este puente. El problema es que muchos vecinos ya se han quejado de ustedes y si siguen aquí podrían hacerles algo.
-¿A sí?, -dijo Galpa un tanto indignado-, si sólo estamos trabajando, no robamos, no nos drogamos, no hacemos mal a nadie, ¿por qué no nos quieren?
-Pues es que… dicen que “afean” la vista y la gente tiene miedo de que vengan aquí más muchachos como ustedes.

Lo de “afean” la vista cayó en los muchachos como una bofetada a su dignidad, pues les recordó su experiencia en la catedral poblana.

Los niños de la calle son discriminados y estigmatizados por su condición y su aspecto. La llamada “gente de bien” no tolera su presencia, porque roban, se drogan en la vía pública y andan mugrosos y mal vestidos. Lo que no sabe ni entiende la “gente de bien” es que los niños de la calle son víctimas inocentes de un sistema corrupto y cruel que les niega sus Derechos Humanos.

-¿Y qué quieren que hagamos?, -volvió a contestar Galpa ya molesto-, ¿qué nos muramos?
-No, no se trata de eso –les dijo don Prude tratando de calmar los ánimos-, se trata de buscar una mejor solución.
-¿Cómo cuál?
-Pues si de veras quieren trabajar yo les puedo conseguir en dónde.
-¿…?
-Si, en el “otro lado…”, en los Estados Unidos.
-¿En los Estados Unidos? ¿Y cómo nos iríamos? Está bien lejos, ¿no?
-Por eso no se preocupen, yo me encargo, lo que sí les puedo asegurar es que allá podrán ganar en dólares y no en mugrosos pesos como aquí.
-¿En dólares?, ¿y qué tendríamos que hacer?
-Es trabajo fácil, sólo juntar un poco de algodón. Allí tendrían comida diario y, sobre todo, un cuarto dónde vivir solos y tranquilos. ¿Qué dicen?, ¿aceptan?
-Pues…, no sé –dijo Galpa-, primero tendríamos que platicarlo entre nosotros.
-El problema –dijo don Prude- es que yo mañana salgo a los Estados Unidos a las seis de la mañana y necesito saber desde ahorita si se animan para pasar por ustedes.

La oferta no parecía tan mala, después de todo, ¿qué les ofrecía este país, su propio país? A lo mejor en los Estados Unidos podrían encontrar una mejor oportunidad, ¿por qué no?, se dice que es el país más rico del mundo.

Los muchachos aceptaron y acordaron con don Prude estar listos antes de las seis del día siguiente.

Tal como acordaron, don Prude y un ayudante llegaron en su camioneta al puente a las cinco y media de la mañana, los muchachos ya estaban esperándolo con sus mochilas empacadas.
-¿Listos, muchachos?
-Si, ya estamos listos.
-O key, pues súbanse.

Los muchachos abordaron la amplia camioneta en la que podían viajar con la comodidad que nunca antes en su vida ninguno de ellos había experimentado. Sus asientos eran muy cómodos, tenía aire acondicionado, equipo de sonido estereofónico, televisión con DVD en donde podían ver las películas que don Prude traía, cristales polarizados, en fin, el mayor lujo que nunca antes habían disfrutado. El viaje duró tres días. Comían en restaurantes a la orilla de la carretera y pernoctaban en casas particulares en donde don Prude era viejo conocido, todo sin que les costara un solo centavo. Nunca antes nuestros héroes se habían dado tan lujosa vida. Chido, ¿no? Pero tan buena suerte no iba a ser duradera, las penurias comienzan cuando llegan a “la línea”, es decir, la frontera entre Estados Unidos y México.

-Pues ya llegamos, vengan para que les presente al señor que los va a cruzar al “otro lado”.
-¿Así que estos son de quienes me hablaste, Prude?
-Estos meros.
-Se ven fuertes.
-Ya lo creo, son chavos de la calle y al parecer no se drogan.
-¡Qué raro!
-Pues sí, la verdad es raro, pero aquí los tienes.
-Bien, muy bien. Esteee, muchachos, espérenme donde está aquella camioneta mientras platico aquí con don Prude.

-Bueno, Pepe, pues hay tienes nada menos que a cinco fuertes muchachos, muy trabajadores y que además no tienen vicios.
-Si, Prudencio, ahora ¿cómo nos vamos a arreglar?
-Pues como siempre, ya sabes.

En ese momento saca de su bolsillo derecho un papel, el cual extiende a la vista de Pepe.

–Pues esto es lo que me gasté del viaje por los cinco, más el precio por cada uno de ellos, en total me conformo con cincuenta, ¿qué te parece?
-Mmm, de acuerdo.

Ambos se dirigen a la “oficina” secreta de Pepe en un edificio de enfrente y entrega a Prudencio Benavides 50 mil dólares en efectivo, contantes y sonantes. Una vez contados, billete por billete, Prudencio los acomoda en un portafolio y aborda apresuradamente su camioneta sin siquiera despedirse de los muchachos.
-Súbanse, muchachos –invita don Pepe a los Trotamundos a abordar su lujosa camioneta-. Atraviesa la ciudad fronteriza, toma una desviación sobre la carretera y llega a una especie de bodega.

-Bien, pues aquí nos quedamos, así que bajen sus cosas.
Los condujo al interior de la bodega en donde, con sorpresa, vieron a más de 40 niñas y niños entre ocho y 16 años, todos tendidos en el suelo, pues no había un solo mueble, ni baño; a un lado de la única puerta había una letrina construida con troncos y ramas, pero ningún lavabo dónde lavarse ni las manos.

-Aquí van a dormir, les recomiendo que se duerman temprano, desde ahorita, pues salimos antes de media noche, por ahí de las once, más o menos.

Los muchachos eligieron un rincón en donde pudiesen estar juntos. Con trabajo dormitaron por ratos de manera intermitente, pues la temperatura bajo el techo de asbesto rebasaba los 42 grados centígrados y a las 11 de la noche fueron despertados por seis individuos, todos ellos adultos. Don Pepe estuvo presente, pero sólo para supervisar la salida, pues no los acompañó en el viaje que estaban a punto de iniciar.
-Muchachos –habló don Pepe- aquí estos señores los van a guiar al “otro lado” de la línea, tienen que obedecerlos, el que se atrase se queda, se puede perder y de seguro se muere; la caravana no puede estarse deteniendo para esperarlos. Que tengan buena suerte.
Después de dos horas de caminata nocturna…
-Bien, muchachos, pues ya estamos en la línea, a partir de aquí cada quien cuida por su vida, si alguien se atrasa por lo que sea, como dijo don Pepe, no nos vamos a detener. Tenemos que cruzar “a pata” muchos kilómetros de puro desierto. No podemos llevar lámparas, ni prender cerillos, ni fumar, pues nos puede localizar la “migra” (border patrol) y entonces no se la acaban, les disparan a quemarropa sin ninguna consideración y quedan aquí para alimento de los coyotes.

…CONTINUARÁ

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