Trotamundos capítulo II
PATRULLA TROTAMUNDOS
Había transcurrido casi mes y medio; Porfidio y Poncho continuaban conviviendo con Galpatrafo, Brutillón y Luciferno en la misma coladera y seguían pagando su contribución diaria de 15 pesos. El sábado en la noche Porfidio llegó muy contento, porque había ganado el doble de lo habitual: ¡casi 70 pesos!, que, descontando el tributo impuesto por Galpa, Bruti y Luca le restaban como 55 pesos, cifra nunca antes obtenida.
-¿qué onda?, preguntó Galpa a Porfidio.
-Ps me fue bien.
-¿A sí?, ¿con cuánto te vas a caer?
-Ps con lo que quedamos, ¿no?
-Pero si te fue bien, ps caite con más, ¿no?
-No mames, es mi trabajo.
-Mmm., eso lo veremos.
Galpa esperó a que todos llegaran y convocó a una reunión entre los cinco. Una vez reunidos comenzó diciendo:
-pues resulta que el pinche Porfidio hoy ganó más que otros días, yo digo que ponga más de los 15 pesos, ¿no?
-Luca intervino: no creo que sea justo, ps si ganó más fue porque se chingó, ¿no?, su trabajo le costó.
-Estoy de acuerdo, dijo Bruti.
-No la chingues -dijo Poncho a Galpa-, ¿hora sí que si me friego más tengo que pagar más? Después de todo, ¿por qué sólo Porfidio y yo somos lo únicos que tenemos que pagar?, ¿por qué no ustedes? ¿De qué privilegios gozan? Al final de cuentas somos como un equipo, ¿o no?
-Ps viéndolo así –dijo Luca- creo que así es la neta; si ya estamos aquí los cinco chingándonos por igual ¿pa qué marcar “diferiencias”?
-¡diferencias! –corrigió Porfidio-, se dice diferencias, no “diferiencias”.
-¡Bueno, me entendiste!, ¿no?
-Bueno, bueno –dijo Porfidio- ¿por qué mejor no nos ponemos de acuerdo para trabajar los cinco como si fuéramos un equipo de a de veras, así como dice Poncho, en vez de andarnos jodiendo unos a otros?
-Yo creo que Porfi tiene razón, dijo Luca. juntos podríamos hacer más, ¿o no?
Galpa, que era el más renuente finalmente aceptó: o key, haremos un fondo común, todos daremos 15 pesos diarios que, entre los cinco, serían 75 pesos, pero ¿Quién se va a encargar de guardarlos?
-“Que sea Porfidio”, dijeron al unísono, después de todo -agregó Poncho- es el que mejor sabe “escrebir” y hacer números; que se compre una libretita en donde lleve las cuentas y nos las enseñe todos los días, ¿no?, así sabremos que no se anda chingando nuestra lana.
-¡sále! –dijo Galpa- estoy de acuerdo en que sea Porfidio nuestro tesorero, pero que nos rinda cuentas diario. ¿Quién vota a favor y quién en contra? Todos votaron a favor, así que a partir de ese momento Porfidio quedó a cargo de la tesorería del pequeño grupo formado por los cinco niños de la calle. Con ese acuerdo entre los cinco muchachos reunirían un fondo de ahorro de $525.00 semanales que, al mes, serían al menos $2,250.00, ese dinero representaría un ahorro común, gracias al trabajo solidario, comunitario y de equipo de los cinco chiquillos abandonados, de la calle, que decidieron formar un equipo de trabajo.
¿Quién era realmente Galpa? Su verdadero nombre era Gerardo, tenía 16 años cumplidos y vivía en la calle desde los 13, es decir, desde hacía tres años. Antes vivía con su mamá, un hermano tres años menor que él y una hermanita cinco años menor, así que Gerardo era el mayor. Su padre los abandonó pocos meses antes de que su hermanita naciera, Gerardo tenía entonces unos ocho años.
Su madre, aunque era joven y estaba en perfectas condiciones para trabajar y mantenerlos, nunca lo hizo, pues se hacía constantemente la enferma, siempre le dolía algo y con ese pretexto se levantaba tarde, ya al mediodía, por lo que los niños dejaron de ir a la escuela.
Para sobrevivir mandaba a Gerardo a pedir dinero a los vecinos y a algunos parientes diciendo que su mamá estaba muy enferma y que necesitaba dinero para comprar sus medicinas. Al principio le resultaba, pero cuando los vecinos y los parientes se dieron cuenta de que todo era un engaño, un mero chantaje sentimental, entonces le dejaron de dar. Todo abuso a la larga termina por descubrirse.
Gerardo tuvo que empezar a trabajar por su cuenta lavando los carros de los vecinos que, por cierto, no le iba nada mal, pues llegaba a ganarse en promedio hasta 200 pesos diarios con lo que podía juntar entre cinco y seis mil pesos al mes, los cuales se los daba a su mamá, sin embargo nunca había suficiente comida y mucho menos alcanzaba para ropa y zapatos.
Un día descubrió que su mamá se gastaba casi todo el dinero que le daba en cigarros, cervezas, maquinitas de juego y horas y horas de Internet. Fue tal su desilusión que en ese momento decidió fugarse de su casa y no saber más de su familia.
La frustración, según dicen los expertos, es una de las principales causas por la que los niños y adolescentes sufren ansiedad y depresión y para “aliviarla” recurren a las drogas tanto legales (tabaco y alcohol) como ilegales (inhalantes, marihuana y otras).
Gerardo empezó a vagar durante algunos días por la ciudad de México buscando qué comer hasta en los botes de basura, pues aunque quería trabajar no importaba que fuera limpiando parabrisas en los cruceros, quienes ya estaban establecidos no se lo permitían, pues eran mafias bien organizadas. Llegó a sentirse tan desalentado como una chinche y en ocasiones le pasaba por la mente la idea de arrojarse al arrollo vehicular desde un puente, pero algo lo detenía; ese algo, después de todo, eran ganas de vivir.
Una de tantas noches llegó a un parque de Iztapalapa en donde vio, a pesar de las altas horas de la noche -pues pasaba de las dos de la madrugada- a varios niños como él. Unos permanecían tendidos en el pasto completamente dormidos y otros aspiraban alguna sustancia contenida en bolsitas de plástico que se llevaban compulsivamente a la nariz, lo que parecía hacerles un efecto muy relajante y agradable. Sabía muy bien que era “cemento”, algunos de sus antiguos compañeros de escuela lo usaban y en varias ocasiones le ofrecieron, pero nunca lo aceptó, sabía que eso no era bueno. Esa noche, sin embargo, pensó que no sería mala idea probarlo, después de todo podría calmar sus nervios.
Uno de tantos niños que se encontraban en ese momento en el parque se le acercó con curiosidad preguntándole quién era y de donde venía, pues lo reconoció como extraño.
-Me llamo Gerardo, le dijo.
-¿Y qué haces aquí?, no te había visto antes.
-No, llegué así por que sí.
-¿Quieres un poco?, le preguntó acercándole una bolsita de plástico.
-¡Bueno!, contestó Gerardo y empezó a inhalar su contenido.
-¿Qué tal?, preguntó el nuevo amigo.
-¡Chido!, contestó Gerardo. ¿Cómo te llamas?
-Me llamo Mariano, pero me dicen Luciferno o Luca, como quieras.
-¡órale!, ¿y de dónde sacaste ese nombre?
-No sé, así me puso uno que ya se peló.
-¿Se peló?
-Si, un día lo atropellaron y ahí quedó.
-¡Oh!
-¿Y tú, qué onda?, ¿de onde vienes?, preguntó Luciferno a Gerardo.
-Posss… de por hay.
-¡Ah!, ta güeno. ¿Vienes solo?
-Sí.
-Pss, te invito a mi rincón, ahí debajo de esa banca.
-¡Sale!
Desde ese día Gerardo y Mariano, alias Luciferno o “Luca” se hicieron amigos o, más que amigos, hermanos de la misma desgracia ¿Cuántos niños en México se encuentran en semejantes condiciones? En México, no más del uno por ciento de la población –unas cuantas familias- acapara más del 60 por ciento de la riqueza total del país y esas poquísimas familias extremadamente ricas no pagan un solo quinto de impuestos, ¿cómo no va a haber pobreza extrema en un país tan antidemocrático?
En ese momento Gerardo tenía 16 años y Mariano 15, ambos decidieron irse a vivir bajo un puente por el rumbo de Zaragoza, cerca de la salida a Puebla. Después se agregó Oswaldo, un niño de apenas 9 años y entre los tres se adueñaron de una coladera. Poncho y Porfidio llegaron casi por accidente después de aquella noche en que la policía irrumpió arbitrariamente el parque en que por mera coincidencia se encontraron Porfidio y Poncho quienes fueron aceptados en la misma coladera por los tres primeros habitantes: Gerardo, de 16 años; Mariano, de 15 y Oswaldo de 9. Aquella histórica noche se agregan Poncho, de 10 años y Porfidio, de 13, proveniente este último de Oaxaca.
Recordemos que Porfidio se encuentra un viejo y maltratado libro debajo de un puente que ni más ni menos era el Manual de la y el Muchacho Quetz-Al y que en el capítulo anterior venía cómo hacer varios nudos, los cuales empezaron a practicar siguiendo las instrucciones, pues de algo les habría de servir. En este segundo capítulo Porfidio encontró algo que le pareció muy curioso: cómo trazar y seguir una pista con señales. ¡Órale!, se dijo a sí mismo, “esto parece interesante” y comenzó a leer.
SEÑALES DE PISTA
El arte del campismo requiere de la observación y ésta, por lo tanto, es una de las mayores habilidades que debe tener una o un Quetz-Al cuando sale al campo, pues la observación, además, es de gran utilidad a lo largo de la vida. Muchos de los grandes descubrimientos que han servido a la humanidad se han dado gracias a la habilidad de observar de ciertas personas, como es el caso de Newton, Galileo, Cristóbal Colón o de nuestros sabios ancestrales; los aztecas o los mayas, que con tanta precisión observaron el universo.
En nuestro caso, una de las mejores formas de desarrollar nuestra observación es siguiendo pistas en el campo durante las excursiones, para esto los Quetz-Al contamos con varias señales dejadas a propósito para indicarte un camino o una ruta.
REGLAS BÁSICAS
PARA TRAZAR Y SEGUIR
UNA PISTA
Trazar una pista
1. Las señales deben colocarse siempre del lado derecho del camino evitando que sean muy llamativas, ya que podrían llamar la atención de extraños quienes podrían quitarlas o destruirlas. Lo importante es que tu señal de pista sea sólo visible a los ojos de una o un Quetz-Al.
2. Las señales deben trazarse sobre la tierra con la punta de una vara, con ramas, piedras o gis, pero nunca mediante incisiones sobre la corteza de un árbol o destruyendo plantas vivias.
3. La distancia entre una señal y otra dependerá del tipo de terreno; si es muy sinuoso cuidar que no sea mayor a 10 metros; si es más o menos plano y sin muchos accidentes puede ser cada 50 o 100 metros.
4. Cuida no hacer señales sobre propiedades ajenas u objetos movibles.
5. Si el recorrido va a ser largo o si se va a atravesar un poblado lo mejor es dejar un mensaje oculto que indique con precisión la ubicación de la siguiente señal.
Seguir una pista
1. Sigue la pista a paso moderado.
2. Ten en cuenta que la naturaleza es muy caprichosa y que algún animal puede alterar o suprimir alguna señal, en este caso piensa y razona sobre la dirección que has venido siguiendo, continúa la búsqueda en la misma dirección y, si es necesario, regresa un tramo por el mismo camino recorrido.
3. El último en pasar irá borrando las pistas una a una y recogerá las cartas, pero si no eres el último debes respetar todas las señales y devolver las cartas a su lugar, ya que hay otros que vienen tras de ti.
De inmediato se le vino la idea de ponerlo en práctica, pues le pareció que sería realmente muy divertido para sus nuevos amigos tener una experiencia como ésta. Esa misma noche, una vez reunidos los cinco, les platicó lo que acababa de leer y les propuso llevar a cabo una pista por los alrededores.
-¿Qué les parece si hacemos una pista con señales?
-Mmm… sería divertido, dijo Luca.
-Ps, sí, pero perderíamos todo el día sin trabajar, intervino Galpa.
-¡Ah, qué importa! –interrumpió Poncho- ps ya necesitamos aunque sea un descansito, ¿no?
-¡Me cai que sí! –dijo Bruti-, necesitamos “rejalarnos”.
-Querrás decir relajarnos, corrigió Porfidio.
-No te preocupes –dijo Galpa-, ya sabes que a Bruti le encanta cambiar las letras de las palabras, lo hace por diversión, no porque no sepa, ¿o nó, Bruti?
-Así es, mi “quediro aguimo”.
-¿Cuándo la hacemos?, preguntó Porfidio.
-Propongo que sea en lunes –advirtió Luca-, pues es el día más flojo.
-¡Bueno! -dijo Galpa-, que sea este lunes que viene, ¿quién vota a favor?
Todos alzaron la mano. Porfidio les mostró las señales inscriptas en el manual y les pidió que las observaran con detenimiento y las memorizaran.
Comenzaban a aparecer los primeros celajes del amanecer, el ruido de los pesados trailers provenientes de la carretera de Puebla no cesaban en toda la noche, ruido al que nuestros amigos ya se habían acostumbrado, pero en contraste comenzaba el delicado y poético piar de las pocas especies de aves que aún sobrevivían a la tremenda contaminación ambiental de ese rumbo de la ciudad más grande del mundo. Porfidio despertó sin ocultar su entusiasmo y empezó a despertar a sus compañeros.
-Ya es hora, despierten.
-¿Qué onda? -preguntó Galpa-, ¿cómo va a estar la cosa?
-Yo ahorita voy a poner la pista con estos gises que conseguí, denme 20 minutos de chance. Dentro de 20 minutos sale el primero, en otros 20 minutos sale el segundo, 20 minutos después el tercero y en otros 20 minutos el último. Galpa, tú espérate hasta el último.
-O sea, yo soy la retaguardia, como quien dice.
-Pss yo creo que sí. Bueno, tú recogerás las señales de pista y cuidarás que nadie se retrase.
-Sí, ya entendí.
Porfidio trazó una pista, tratando de usar todas las señales inscriptas en el Manual, de aproximadamente ocho kilómetros, lo que les llevó más de medio día. Hacia las cuatro de la tarde llegó el primero, Luca, y un poco después de las cinco llegó Galpa, el último. Para entonces ya estaban todos en su refugio.
-¡Estuvo padrísimo!
-Me cai que sí, es lo mejor que he pasado en mi vida.
-La neta me divertí un chingo.
-Espérense a lo que sigue –dijo Porfidio-, no tienen idea de cuántas cosas padres tiene este manual que me encontré, ya verán.
CONTINUARÁ
miércoles, 31 de marzo de 2010
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