miércoles, 31 de marzo de 2010

Trotamundos capítulo 1

TROTAMUNDOS

AVENTURAS DE PORFIDIO NATIVITAS

CAPÍTULO I

Llegó a la ciudad de México en “aventones” procedente del Estado de Oaxaca. De estatura algo baja, color de piel entre café y cobriza, cara de corte redondeado con amplios cachetes, labios gruesos, nariz corta y un poco achatada, ojos café oscuro muy expresivos, frente medianamente amplia, cabello oscuro, grueso, abundante y rebelde como espinas de chayote –de “buena mata”, como dicen- y cráneo amplio. Se distinguía a distancia por su voluminoso tronco y sus cortas y rollizas extremidades, así como por su andar un tanto lento y balanceado, como siguiendo los pasos de un vals sureño o el bambolear de una canoa río arriba. Ya no era precisamente un niño, mas su rostro aún conservaba los finos y delicados rasgos de la infancia, aunque su voz, aguda y suave, evocaba una melodía infantil que a veces alternaba con súbitos tonos que evocaban el canto de un gallo al amanecer. Era, como quien dice, un puberto.

Sabía que se llamaba Porfidio Nativitas, porque así se lo dijo su abuela, pero desconocía a su madre y a su padre y, por supuesto, sus verdaderos apellidos, ya que además de todo carecía de papeles.

El último aventón lo dejó por el rumbo de Iztapalapa como a las dos de la madrugada. Se encaminó por desconocidos callejones hasta topar de pronto con un oscuro parque aparentemente desierto, pero cuál fue su sorpresa al encontrarse con varios grupitos de cuerpos hacinados, unos dormidos y otros inhalando el contenido de unas bolsitas de polietileno; algunos, como en un transe de éxtasis, trotaban entre las plantas y las bancas imitando con sus brazos el vuelo de las aves, nunca antes había visto algo igual, por lo cual estaba muy sorprendido.

De manera súbita el parque se vio rodeado de luces intermitentes rojas y azules y vio cómo un montón de uniformados que descendían de varias patrullas policiales atacaban brutalmente, sin ninguna conmiseración, a patadas y toletazos a aquellos indefensos menores que corrían despavoridos entre las plantas y bancas del parque. Porfidio, apanicado, también corrió hacia un rincón en donde pudo esconderse sin ser visto, pero desde su guarida observó aterrado cómo un uniformado obligaba a empellones a dos niñas a abordar la parte trasera de una patrulla; el resto de los uniformados mantenía a los otros y otras -quizá diez o doce- tirados bocabajo con las manos en la espalda. Enseguida los subieron a una camioneta, excepto a las dos niñas secuestradas quienes permanecían aún dentro de la patrulla.

Oyó de pronto una voz infantil -como la de él- que le gritó: ¡Córrele, güey, antes de que nos vean!
-¿Qué… dónde?
-¡Tú sígueme, güey!

Corrió tras la pequeña figura por un laberinto de callejones hasta un puente de concreto. Bajo aquella enorme estructura, una especie de coladera servía de refugio a tres chavos que en ese momento dormían, sólo uno de ellos despertó con el ruido.

-¡¿Quién está allí?!
-¡Soy yo, güey, Poncho!
-¿Y qué chingaos quieres?
-Es que nos cayó la tira, se llevaron a todos.
-¡Ups, ya se chingaron!
-Déjenme quedarme esta noche, ¿no? Si quieren, mañana me voy.
-¡Ey… Galpa, Luco! Aquí está el Poncho, que si lo dejamos dormir esta noche… se chingaron a los de su banda, se los llevó la tira.
-Que no mame… ¿Trais cigarros, güey?
-Pss algunos.
-¿Mota?
-No güey… son cigarros, cigarros.
-Bueno, pss aunque sea.
-Pero… es que traigo a otro.
-No chingues, ¿a quién?
-No sé, no lo conozco, estaba escondido en el parque.
-Mmm, que la chingada, ¡a verlo! ¿…tú no eres de aquí, verdá?, ¿de’onde vienes?
-De Oaxaca.
-¡Uta! ¿Y qué haces aquí?
-Pos… me escapé de mi casa.
-Qué raro, todos estamos aquí por lo mismo, ¿o no, pinche Bruti?
-Me cai que sí.
-¡Qué!, te madreaste con tu padrastro hijo’e puta, tu jefa no metió las manos y tú te encabronaste, ¿o no?.
-Mmmm, no. No conozco a mis jefes, nunca he sabido de ellos. Me crió mi abuela, pero se petateó hace tres días, por eso me vine pa’cá.
-¡Ooorale!, tú si que eres más original. ¿Y… qué carajos piensas hacer?
-Pss, no sé.
-Chale… pss t’a cabrón. Se me ocurre que Bruti, Luco y yo hablemos a solas para ver qué decidimos sobre ustedes dos.
-¡Va! –dijo Poncho-.

Galpatrafo, Brutillón y Luciferno eran, como quien dice, los dueños de la coladera. Después de unos minutos de deliberar decidieron aceptar a Poncho, a quien ya conocían desde hacía varios meses, también al recién llegado, pero con la condición de que los nuevos huéspedes se encargarían de pagarles un tributo de $15.00 diarios, condición que a regañadientes tuvieron que aceptar con tal de asegurarse un rincón para dormir. Poncho, quien no tenía más de diez años, se ganaba el pan de cada día haciendo piruetas en los cruceros disfrazado de payasito y sabía que chambeando unas 18 horas diarias podía cuatriplicar la cuota exigida. Porfidio, sin embargo, no sabía otra cosa qué hacer más que labores del campo; desde los cinco años había tenido que trabajar como ayudante de peón en una hacienda cercana a la sierra mixe de Oaxaca.

-¿Siquiera sabes limpiar parabrisas?, preguntó Galpatrafo.
-Pss a lo mejor sí.
-Bueno, pss a chingarle, esta mañana empiezas aquí en el crucero, yo te presto mi franela y mi jalador.

De tres habitantes que eran en la coladera pasaron de la noche a la mañana a ser cinco. Gerardo, apodado Galpatrafo (Galpa), era el mayor; tenía 16 años cumplidos y se autonombraba jefe de la pandilla que originalmente era de tres. Le seguía Carlos, apodado Luciferno (Luca) quien andaba entre los 15 y 16 y se consideraba el brazo derecho de Galpatrafo. Oswaldo era el más pequeño de los tres; andaba por los 9 y le apodaban Brutillón (Bruti). Poncho no tenía más de diez años. Se integró a la banda –crew- de los “nazis” diez meses atrás, pero las circunstancias relatadas lo obligaron a unirse a Galpa, Luco y Bruti. Porfidio, un auténtico extraño, había cumplido los 13 pocos meses atrás. Probablemente originario de Oaxaca –no se sabía bien a bien- fue criado por una supuesta abuela que trabajaba de planta en una hacienda en dicho Estado. Desde los cinco años, Porfidio tuvo que trabajar ayudando en las labores del campo y nunca pisó una escuela. Al día siguiente de que la abuela murió, escapó de la hacienda rumbo a la ciudad de México en donde las circunstancias lo contactaron con cuatro chicos que vivían situaciones similares: orfandad, abandono y marginación.

Porfidio aceptó pagar el tributo de 15 pesos diarios, lavando parabrisas, con tal de ser aceptado en la pandilla comandada por Galpatrafo, Brutillón y Luciferno.

Pasaron los días, los chavos que habían sido levantados el día que Porfidio arribó a aquel parque ya estaban de vuelta, pues el DIF, a donde finalmente fueron a parar –ya que el ineficiente cuerpo de policía no pudo comprobar ningún delito- se hizo de la vista gorda y los dejó regresar sin más ni más a la calle y sin preocuparse de su futuro, total, sólo eran niños de la calle. Las únicas que nunca volvieron a aparecer fueron las dos chicas que un atrabiliario policía subió a la patrulla, nadie de sus compañeras y compañeros de tragedia las volvieron a ver y por estas arbitrariedades ningún policía ni mando policíaco fue siquiera amonestado, pues sabido tenemos que gozan de total impunidad aunque cometan los peores crímenes imaginados. Un policía o militar, en México, puede golpear, violar o matar injustamente a cualquier ciudadano sin que merezca ningún castigo, pues para eso son “guardianes” del “orden” y la “justicia” sin importar que violen los Derechos Humanos de la ciudadanía. A esto se le llama “Fascismo”.

Los muchachos de la calle no son cien por ciento ignorantes; muchos de ellos, quizá la mayoría saben al menos leer y escribir, provienen de una familia y de un hogar, pero en cierto momento de su vida se vieron obligados a huir ya sea por maltrato, abuso o por desintegración de la familia, como es el caso de nuestro personaje. Porfidio no recordaba a sus padres, vivía con una supuesta abuela, pero no tenía papeles. La abuela, indígena mixe, era sirvienta en una hacienda de ricos en un pueblo de Oaxaca. Porfidio no asistió a la escuela, porque los dueños de la hacienda no se lo permitían, pero a la abuela le preocupaba mucho su educación; a pesar de ser indígena había tenido la oportunidad de cursar hasta el segundo de primaria en la escuela de su pueblo, por eso sabía leer y escribir, pero la pobreza en que vivía su familia la obligó a emplearse desde niña en una hacienda de ricos, cuyos dueños la trataron como esclava hasta que murió dejando en el desamparo a su nieto de sólo 13 años.

El día en que la abuela murió, Porfidio decidió escapar, ¿para qué quedarse más en esa hacienda de esclavistas? Con todo y su aislamiento, Porfidio tenía noticias del exterior, ya que de vez en cuando, a escondidas de sus patrones, ojeaba algunas revistas o el periódico y a veces lograba ver de pasadita la tele. Finalmente, a la muerte de su abuela, decidió escapar de la hacienda y aventurarse en la ciudad de México para ver qué podía encontrar, pues su mayor ambición era la libertad.

Porfidio “Trotamundos” no era un vago ni un parásito; a nadie hacía un mal ni lo deseaba para nadie, ganaba su propio sustento limpiando parabrisas y su máxima aspiración era llegar a ser piloto aéreo, pues esperaba algún día volar tan libre como un pájaro y tan alto como las nubes; ese era Porfidio Nativitas, alias Trotamundos, un muchacho de la calle más loco que una cabra y más pobre que un peso mexicano, pero más digno que un presidente, un gobernador, un senador, un diputado, un ministro o un rico empresario.

Una noche vio bajo el puente que tenían como guarida un pequeño libro abandonado y algo maltratado, tal vez a alguien se le cayó y no se dio cuenta. El librito se titulaba “Manual de la y el muchacho Quetz-Al”. Tuvo la curiosidad de empezarlo a leer y le gustó lo que contenía.

¿Qué contenía el manual? El primer cuaderno explicaba qué es el Proyecto Quetz-Al, cuáles son sus actividades, qué debe saber una o un Quetz-Al, de acuerdo con cierto Plan de Adelanto; le impresionó el Pensamiento Quetz-Al, pues nunca había oído hablar de ese tipo de valores y cuando leyó, al final del capítulo, “Mensaje a los Padres de Familia”, las lágrimas se le escurrieron por sus redondeadas mejillas, pues qué más hubiese deseado el haber conocido a sus padres y estar conviviendo con ellos para que lo protegieran de los peligros que indudablemente le acecharían en su nueva vida en la calle y en una ciudad tan deshumanizada como la ciudad de México. Pero lo que más le entusiasmó fue lo de los campamentos, ¡qué padre!, exclamó, ¡eso sí que es ser libre!

Después pasó al cuaderno 2 en el que explica qué es el Espíritu Quetz-Al. Su entusiasmo fue mayúsculo, porque pudo entender que la libertad lleva a la autonomía, palabra que antes no conocía, era la primera vez que oía hablar de ella, pero le llamó particularmente la atención, pues entendió que la autonomía es ni más ni menos que la mismísima libertad a la que él siempre había aspirado: volar como ave sobre las nubes, sólo que con el conocimiento de sí mismo, con creatividad, con criterio o pensamiento crítico, con responsabilidad, solidariamente con sus compañeros y mediante mutuo respeto. Si esto es ser Quetz-Al, se dijo a sí mismo, ¡quiero ser Quetz-Al!

En el cuaderno 3 del manual encontró ilustraciones sobre cómo ejecutar algunos nudos, los básicos, y entonces recordó su vida en el campo, ahí aprendió a hacer varios nudos y recordó cuántas veces un nudo lo sacó de muchos apuros; incluso recordó a los tantos campesinos que conoció en su pueblo natal que le decían: “mira hijo, un nudo bien aplicado te puede salvar la vida o hasta puedes salvar la vida de alguien, aprende a hacerlos”.

A la gente de la ciudad tal vez le parezca inútil saber hacer nudos, lo que no saben es que es un arte y una habilidad que estimula la creatividad. La creatividad no es una materia escolar ni hay una calificación de creatividad del 1 al 10, por supuesto; la creatividad es una habilidad psico-social, es decir, un valor que nos perfecciona como seres humanos.

¡Esto es lo que quiero!, se dijo Porfidio a sí mismo y se propuso compartir el manual con sus compañeros, en realidad sus hermanos: Galpatrafo, Brutillón, Luciferno y Poncho. En adelante los cinco serían un equipo solidario, una hermandad.
NUDOS BÁSICOS

1 comentario:

  1. Trotamundos es una historieta, cuyos protagonistas son cinco niños de la calle que logran coesionarse como una Patrulla escultista de Escultismo Alternativo Quetz-Al. Esta historieta pretende mostrar cómo estos cinco niños logran superarse de manera autónoma y autogestiva, pese a las sistemáticas agresiones tanto de la autoridad como de la sociedad burguesa.

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