lunes, 19 de abril de 2010

tlacuillo cap. XIII

TROTAMUNDOS XIII
Lince Hambriento

SINOPSIS

Galpa y Luca se enteran con cierto asombro sobre la verdad de las computadoras y los pizarrones electrónicos, por demás inútiles, que existían en la escuela desde hacía siete años, pues nunca había habido luz eléctrica. Galpa, por su parte, próximo a los 17, ya comienza a adquirir, aunque fuese de manera incipiente, cierta conciencia acerca de la existencia de los demás, es decir, del otro, es decir, la otredad. ¿No era acaso el mensaje de aquél Jesús de hace más de dos mil años: “ama a tu prójimo como a ti mismo”, la verdadera esencia de la otredad?, ¿acaso cumplían su mensaje quienes se decían ser sus más fieles seguidores? ¿Cuánta hipocresía habría detrás de esos persignados golpe-pechistas?

Por otro lado, el trabajo conjunto (no la “buena suerte”, pues la “suerte” no existe) de los cinco trotamundos bajo la atinada dirección de una inteligente abuela empieza a conducirlos a su superación gracias a su esfuerzo y a las ganas de salir adelante.



El sábado de descanso los trotamundos se van a Ocotlán, en el mismo Estado de Oaxaca, por recomendación de la abuela, pues allí se encontraba una de sus más apreciadas amigas, doña Irene. Los muchachos pasan un sábado por demás increíble. ¿Sería una felicidad perdurable, o la envidia de otros les estaría esperando?


CAPÍTULO XIII

EXCURSIÓN A OCOTLÁN Y
EL INESPERADO SUCESO

-¿Así que ustedes son nietecitos de Petrona?, ¡qué raro!, nunca me contó de ustedes. Supe de Pablito, su nieto, que desapareció hace cuatro años, pero nunca me había contado de ustedes.

Los trotamundos comenzaron a contar su historia. -¡Ahhh! -dijo doña Irene- eso sí no lo sabía, pero lo entiendo, conozco a Petrona desde que éramos niñas aquí en el pueblo y no dudo ni tantito lo que ustedes me dicen. Petrona… no saben… en ella tienen a la mejor madre que pudieran tener en su vida, cuídenla mucho, pero sobre todo ¡quiéranla mucho!, no saben, de veras, a quién tienen como protectora, ¡la mejor del mundo!, Se los digo de a de veras. Se sacaron la lotería al haber encontrado a Petrona, una de mis mejores amigas, si no la mejor. ¡Cuídenla, salúdenmela mucho! -¡Ah!, que Petrona esta-, pensó. Conociéndola, nadie más que ella podría ser capaz de echarse a cuestas un paquetote de este tamaño. ¡Ah, qué mi comadrita Petrona! Sólo ella habría podido hacer una labor como la que está haciendo con ustedes –les confesó a los muchachos-.

Doña Irene era una mujer indígena que vivía con su hija y sus nietos, desde siempre se había dedicado a las artesanías de su pueblo, de hecho, su casa ya se había convertido en un museo y hasta viajaba por muchos países como invitada de honor exhibiendo sus maravillosas obras y hasta dando conferencias.

Los trotamundos visitaron con gran interés el pueblo de Ocotlán, pero especialmente el museo de artesanías de doña Irene. A pesar de su corta edad y su escaso nivel escolar quedaron verdaderamente maravillados de las artesanías expuestas en su casa-museo. Porfidio sintió por primera vez el orgullo de ser oaxaqueño, nunca antes se le había ocurrido pensar en ello después de haber pasado sus trece años de vida encerrado como esclavo en una hacienda de esclavistas.

Los trotamundos visitaron el pueblo llevando como guía a un joven a quien doña Irene le pidió el favor y que amablemente aceptó. Los llevó a conocer la plaza central, la iglesia y todo lo que pudiera interesarles. A las tres de la tarde comieron en casa de doña Irene, luego hicieron un recorrido por su propio museo en donde la misma Irene les iba explicando parte por parte, y hacia el crepúsculo, frente a un rojizo y espectacular atardecer, la misma doña Irene los acompañó al desvencijado camioncito guajolotero que los habría de regresar al pueblo.
-Salúdenme mucho a Petrona, hijitos, díganle que me venga a visitar más seguido.
-Sí, doña Irene, muchas gracias por todo.

Los cinco muchachos trotamundos regresaban al pueblo contentos a bordo del camión, felices, comentando todo lo que habían conocido en el pueblo de Ocotlán, la
buena onda del guía, la fabulosa recepción de doña Irene, en fin, una gran experiencia. Dada su corta edad, aún no podían imaginar cuánto iba a influir de manera positiva todo esto en sus vidas futuras, pues era un conocimiento y aprendizaje que la escuela no enseña. La escuela enseña lo que está en los libros; las experiencias de la vida enseñan la realidad tal cual es, pero la escuela es necesaria para interpretar la vida racionalmente, científicamente, con criterio propio (pensamiento crítico) y no bajo la opresión y represión de los dogmas. La escuela da instrucción; las experiencias de la vida proporcionan formación. Instrucción y Formación, de manera equilibrada, son complementarias para una verdadera educación integral.

Aprovechando el descanso de ese sábado, doña Petrona y doña Simona, la esposa de don Maclovio, el líder de los puesteros de la plaza de Santo domingo, se reunieron en casa de la primera para comer juntas y platicar sobre los últimos sucesos. Petrona aprovechó para presumirle a Simona que había enviado a sus nietos a Ocotlán y de pasada saludar a la entrañable amiga de la infancia de ambas, Irene.

-Ay, qui gueno, haci muncho qui no la veo.
-No, pus ya sabis, si la pasa viajando pur tudu il mundo.
-Pus si, piro cun todo y eso sigue siendo la misma di siempre, no nus ulvida, ya vis qui dunde esté nus manda postalis.
-¡Ah!, esu sí, ¡Irene nunca si olvida di su pueblo!

La casa de doña Petrona era de adobe y techo de lámina, no tenía ventanas, el piso era de tierra y contaba con la cocina, un cuarto donde ella dormía, otro cuarto donde dormían los muchachos y una letrina.

Petrona y Simona se disponían a comer mientras platicaban, muy entusiasmadas, sus antiguos recuerdos en compañía de Irene y de sus planes acerca del futuro prometedor que parecía presentarse frente a ellas y frente a los dueños de los puestos de comida tradicional en la plaza de Santo Domingo. Petrona comentó lo orgullosa que se sentía con sus nuevos nietos. Ambas se sirvieron medio vaso de mezcal para brindar por el promisorio futuro que se vislumbraba para todos ellos, cuando de pronto se oyó un ruido estruendoso que derribó la puerta -la única puerta- hecha de tablas. La puerta cayó al suelo y cuatro soldados uniformados portando armas largas de alto poder penetraron apresuradamente gritando: ¡al suelo!, ¡échense al suelo!

Las dos ancianas no atinaban a entender lo que en ese momento estaba ocurriendo hasta que los cuatro militares se abalanzaron sobre sus indefensos cuerpos.

-¿Qué pasa?, ¿quiénes son ustedes?

-¡Ya se las llevó la chingada por andar de alboroteras!

Entre dos soldados inmovilizaron uno a Petrona y otro a Simona en tanto que los otros dos empezaron a desvestirlas hasta dejarlas totalmente desnudas, luego las violaron sexualmente. Al terminar se turnaron con los otros dos, luego llamaron a otros cuatro que se encontraban rodeando la choza, hicieron lo mismo que los anteriores y llamaron a otros cuatro que repitieron la misma brutalidad. Las dos ancianas, Simona y Petrona, fueron violadas sexualmente en forma tumultuaria por doce soldados y el capitán que los comandaba. Después de cometer su fechoría, los doce soldados y el capitán se retiraron cobardemente a bordo de dos camionetas del ejército, a carcajadas, como si hubiesen triunfado en contra de un peligrosísimo enemigo: dos ancianas indefensas.

-¡Es la casa de doña Petrona!, gritó un vecino desesperado. Varios pobladores corrieron y entraron a la choza por el hueco de la puerta destrozada. Lo que encontraron, sorprendidos, fueron los cuerpos inertes de las dos ancianas brutalmente ultrajadas y ensangrentadas, ninguna de las dos tenía señales de vida.

En la parada del guajolotero, a la entrada del pueblo, ya se encontraba casi todo el pueblo esperando a los trotamundos. Los cinco muchachos descendieron del vetusto vehículo riendo y visiblemente contentos, pero se sorprendieron por la presencia de tantos vecinos entre los cuales se encontraban el maestro Sinaloa, otros maestros y varios de sus compañeros de escuela. El primero que se acercó fue el maestro Sinaloa; los muchachos tuvieron en ese instante un desagradable presentimiento.

-Muchachos -se acercó el maestro dirigiéndose a los cinco trotamundos-. Agachó su cabeza, trató de abrazarlos con su único brazo y con lágrimas que escurrían sinceramente por sus mejillas les dijo: “pasó una desgracia… mataron a su abuela” doña Petrona.

Tuvieron que pasar más de 15 segundos para que los muchachos empezaran a comprender lo que el maestro les estaba diciendo. Fue Bruti, al que siempre traían de encargo por sus inocentadas, quien soltó un desesperado llanto ¡¿qué le pasó, dónde está mi abuelita?!, ¡quiero verla!, ¡quiero verla! Los otros cuatro, aún sin salir de su asombro, preguntaron: -¿qué pasó?, sin que pudiesen pronunciar ninguna otra palabra, estaban completamente fuera de onda.

-Hoy al mediodía –comenzó a explicarles el maestro- vinieron creo que doce soldados del ejército y un capitán, rodearon la choza, tumbaron la puerta a patadas y entraron mientras doña Petrona y doña Simona estaban comiendo. Después de un rato salieron huyendo cobardemente en sus camionetas, pero don Pedro, su vecino, entró luego, luego a la choza y vio tiradas a su abuelita y a doña Simona. Nos avisó a varios del pueblo y cuando entramos ya estaban muertas.

-¡No es posible, queremos ver a mi abuelita!

-Por ahorita no pueden verla, muchachos, como ven ya están los agentes del Ministerio Público y no dejan entrar a nadie. Yo creo que no tarda en llegar la ambulancia. Por hoy no van a poder entrar a la casa, así que váyanse a la mía, mi esposa y yo los vamos a atender bien, no se preocupen.

Parecía que la mala suerte perseguía a estos cinco chiquillos, pero en realidad no era la mala suerte, la mala o la buena suerte no existen, lo que existe es la desigualdad y la injusticia; los trotamundos no eran más que víctimas de esa desigualdad y de esa injusticia que hace que los ricos sean cada vez más y más ricos a costa del trabajo de los pobres que cada vez son más y más pobres. No se trataba de un “destino” (el “destino” no existe), se trataba de un sistema de explotación que el hombre, sólo el hombre inventó; nada que ver ni con la suerte ni con ningún designo “divino”. Eso de que “ya les tocaba” es una forma de justificar muchas veces la ambición del poder.

Los cuerpos de ambas ancianas fueron llevados a la morgue para los estudios postmortem de ley y, a los dos días, fueron entregados a los puesteros quienes los reclamaban para velarlos y darles sepultura. Los trotamundos se mantuvieron siempre unidos, solidarios, ante el inmenso dolor por la muerte de quien por única vez en sus cortas vidas habían amado como a una verdadera madre. Se abrazaban entre sí, lloraban, pero nada, ninguna palabra les era posible pronunciar, estaban totalmente abatidos y mudos durante el sepelio. Don Maclovio también se veía sumamente destrozado, pero al menos estaba en esos momentos de inmensa desgracia acompañado de sus hijos y nietos. El pueblo y los puesteros estaban indignados, pues sabían que ellos o sus hijos podrían ser las próximas víctimas. Todos se preguntaban ¿quién está detrás de todo esto?, ¿qué vendrá después de esta tragedia?

Cuatro días después las noticias dijeron que las ancianas habían fallecido por intoxicación con monóxido de carbono debido al anafre que tenían prendido sin la suficiente ventilación. A la pregunta de los medios informativos sobre la presencia del ejército alrededor de la choza de doña Petrona, se justificaron diciendo que “alguien” (no identificado) había reportado la salida de humo de la choza y por ello tuvieron que acudir las fuerzas castrenses para ver si se trataba de un incendio.

-¿Y por qué no acudieron los bomberos en vez de los soldados? –interrogaron los reporteros-.

La respuesta de las autoridades fue que se sospechaba que en esa choza se almacenaba grandes cantidades de droga.

-¿Y la encontraron?

-Por lo pronto es una información en reserva…, ya les informaremos a su debido tiempo

Esa misma noche el padre Felipe de Jesús departía junto con los cuatro pirruris y sus familiares, pertenecientes a las familias de mayor abolengo del Estado -todas de arraigo porfirista, su paisano-, una rica cena de la más alta cocina francesa con carísimos vinos y cognac importados de Europa en el restaurante, previamente reservado en exclusividad para los más íntimos.

-¡Salud!
-Salud.
-No se preocupen, muchachos –dijo el padre Felipe de Jesús en su brindis dirigiéndose a los cuatro pirruris-, este restaurante va a salir adelante, lo se, tengan fe en Dios. La gente de bien como nosotros siempre obtendremos el favor del “Señor de los Cielos” ¿…? Ya lo verán, es cuestión de “limpieza”.

-¿A qué se habrá referido con el término “limpieza”? ¿Acaso “lavado”? El padre Felipe de Jesús hizo un guiño a los padres de los debutantes empresarios que, a su vez, trataron de disimular evadiendo la mirada de manera discreta.

Los muchachos echaron sobre la tumba el último puño de tierra. Ambos entierros se llevaron a cabo en tumbas contiguas. Todos los puesteros de la plaza, la gente del pueblo donde vivía doña Petrona desde hacía muchos años, los maestros de la escuela rural en la que estudiaban los trotamundos y la mayoría de sus compañeritos estaban presentes en el último adiós a las dos ancianas.

Los trotamundos se mostraban confusos, como perdidos en la profundidad de sus pensamientos, como no alcanzando a comprender lo que en ese momento estaban viviendo. ¿Por qué les había tocado vivir de esa manera?, ¿qué pecado habrían cometido?, ¿qué culpa estarían pagando?, ¿merecerían esa “suerte”?, ¿sería esa la “voluntad divina”?, ¿qué pasará con nuestros héroes los trotamundos después de esta tragedia, otra más en sus tiernas vidas? No te pierdas el siguiente capítulo.

…CONTINUARÁ

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